12 mayo 2011, jueves de la tercera semana de Pascua – Puntos de oración

* Unas palabras del Papa Benedicto XVI de la Exhortación Apostólica “Verbum Domini” (La Palabra del Señor) de septiembre de 2010, nos ayudan a entrar en diálogo con estos textos propuestos, y nos orientan para nuestra oración personal:

La Palabra de Dios y el Espíritu Santo:

Después de habernos extendido sobre la Palabra última y definitiva de Dios al mundo, es necesario referirse ahora a la misión del Espíritu Santo en relación con la Palabra divina. En efecto, no se comprende auténticamente la revelación cristiana sin tener en cuenta la acción del Paráclito. Esto tiene que ver con el hecho de que la comunicación que Dios hace de sí mismo implica siempre la relación entre el Hijo y el Espíritu Santo, a quienes Ireneo de Lyon llama precisamente «las dos manos del Padre». Por lo demás, la Sagrada Escritura es la que nos indica la presencia del Espíritu Santo en la historia de la salvación y, en particular, en la vida de Jesús, a quien la Virgen María concibió por obra del Espíritu Santo (cf. Mt 1,18; Lc1,35); al comienzo de su misión pública, en la orilla del Jordán, lo ve que desciende sobre sí en forma de paloma (cf. Mt 3,16); Jesús actúa, habla y exulta en este mismo Espíritu (cf. Lc10,21); y se ofrece a sí mismo en el Espíritu (cf. Hb 9,14). Cuando estaba terminando su misión, según el relato del Evangelista Juan, Jesús mismo pone en clara relación el don de su vida con el envío del Espíritu a los suyos (cf. Jn 16,7). Después, Jesús resucitado, llevando en su carne los signos de la pasión, infundió el Espíritu (cf. Jn 20,22), haciendo a los suyos partícipes de su propia misión (cf. Jn 20,21). El Espíritu Santo enseñará a los discípulos y les recordará todo lo que Cristo ha dicho (cf. Jn 14,26), puesto que será Él, el Espíritu de la Verdad (cf. Jn 15,26), quien llevará los discípulos a la Verdad entera (cf. Jn 16,13). Por último, como se lee en los Hechos de los Apóstoles, el Espíritu desciende sobre los Doce, reunidos en oración con María el día de Pentecostés (cf. 2,1-4), y les anima a la misión de anunciar a todos los pueblos la Buena Nueva.

La Palabra de Dios, pues, se expresa con palabras humanas gracias a la obra del Espíritu Santo. La misión del Hijo y la del Espíritu Santo son inseparables y constituyen una única economía de la salvación. El mismo Espíritu que actúa en la encarnación del Verbo, en el seno de la Virgen María, es el mismo que guía a Jesús a lo largo de toda su misión y que será prometido a los discípulos. El mismo Espíritu, que habló por los profetas, sostiene e inspira a la Iglesia en la tarea de anunciar la Palabra de Dios y en la predicación de los Apóstoles; es el mismo Espíritu, finalmente, quien inspira a los autores de las Sagradas Escrituras” (nº 15)

* Primera lectura: Hech. 8, 26-40. Dios a nadie excluye de la oferta de salvación que ha hecho a la humanidad por medio de su Hijo Jesús. Y a cada uno el Señor le da la oportunidad de encontrarse con Él para que se decida, de un modo personal, a aceptar a Jesucristo por medio de la fe. Pero como la fe viene de lo que se oye, la Palabra de Dios debe resonar hoy en el mundo, con toda fidelidad, por medio de su Iglesia. Cuando uno vive bajo el impulso del Espíritu Santo Él hará que florezca la fe incluso en los más arduos desiertos, pues para Dios nada hay imposible, como tampoco hay imposibles para el que realmente cree en Cristo Jesús y ha sido bautizado en su Nombre.

* Salmo Responsorial: Salmo 65. Alabemos al Señor agradecidos por todo lo que de Él hemos recibido; y proclamemos ante el mundo entero lo que Él hizo por nosotros, pues, siendo pecadores, nos envió a su propio Hijo, el cual entregó su vida para que fuésemos perdonados y hechos hijos de Dios. Así vemos cómo Dios ha cumplido sus promesas de salvación para con cada uno de nosotros. Acudamos al Señor y dejemos que su salvación se haga realidad en nosotros, pues Él nos ama sin medida y sin distinción de personas. Entonces, no sólo nuestras palabras, sino nuestra vida misma,

se convertirá en un anuncio eficaz de la Buena Nueva de salvación que Dios quiere que llegue a todos y hasta el último rincón de la tierra.

* Evangelio: Jn. 6. 44-51. Aquel que ha visto a Dios nos lo ha dado a conocer mediante su Palabra, sus obras y su vida misma. Y lo ha hecho cercano a nosotros especialmente a través de la Eucaristía, Pan de Vida eterna. Y la Vida eterna es Dios mismo, por eso quien acepta alimentarse con la carne de Cristo está haciendo suyo a Dios mismo. Meditemos con el corazón esta cita de San Ambrosio:

«Cosa grande, ciertamente, y de digna veneración, que lloviera sobre los judíos maná del cielo. Pero, presta atención. ¿Qué es más: el maná del cielo o el Cuerpo de Cristo? Ciertamente que el Cuerpo de Cristo, que es el Creador del cielo. Además, el que comió el maná, murió; pero el que comiere el Cuerpo recibirá el perdón de sus pecados y no morirá para siempre. Luego, no en vano dices tú “Amén”, confesando ya en espíritu que recibes el Cuerpo de Cristo... Lo que confiesa la lengua, sosténgalo el afecto» (Sobre los Sacramentos 24-25).

* Oración final: Que el Señor nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir en plena unión con Cristo Jesús para que, unidos como su Pueblo Santo, demos testimonio de Él con la vida, con las obras y con las palabras para ayudar a que Dios se haga cercanía a todos los hombres, y su salvación se convierta para todos en vida eterna. Amén.

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