Cuando nos ponemos en la presencia del Señor, por medio de su Espíritu Santo, junto al Hijo amado del Padre, casi por instinto nos sentimos empujados a vivir ese momento junto a la Madre del Cielo.
Nos dejamos llevar como María haciéndonos pequeños, reconociendo nuestra indignidad y pobreza. Ella atrajo así el volcán de amor que es el Espíritu. María también se sintió atraída por los tres pastorcillos de Fátima, precisamente por su pequeñez y obediencia a sus palabras.
1 L Hch 9, 1: En la primera lectura se nos narra la conversión de Paulo de Tarso. Llama la atención cómo este hombre, “defensor de la ley” y en nombre de ella, comete un sinfín de atropellos contra la dignidad de las personas. Los castigaba y llevaba a encarcelarlos para luego, los poderosos de las ciudades, matar a todo cristiano que encontraba por los lugares. Él se los proponía, engañaba, y quizás daba también regalos, con tal de enterarse en dónde había cristianos. En el fondo, había un desprecio hacia los cristianos y su lucha “por la ley” venía a ser lucha contra el mismo Dios. Serán siempre un misterio la misericordia del Señor en acercarse a este perseguidor, la respuesta inmediata de conversión de Saulo junto a su tenacidad en amar a Cristo crucificado y hacerse incansable heraldo de su amor.
¿Por qué no pedir hoy a María que Jesús se presente a personas tan representativas en la sociedad ó en nuestra misma Iglesia para que cambien sus corazones? Por supuesto, que ahí estoy yo.
Juan 6, 52-59: En la invitación de Jesús a comer y beber su sangre, El mismo nos da las razones para que lo vivamos:
* Tener vida en El
* Poseo vida eterna
* Seré resucitado en el último día
* Verdadera comida y bebida
* Habito en Él y Él en mí: viviendo por y para El
Unamos en nuestra meditación la cercanía de la Madre que quizás colaboró en preparar aquel pan que sería de Eucaristía. Preguntémosle cómo vivió Ella después de esa experiencia cada eucaristía, qué suponía para su corazón recibir al mismo hijo de sus entrañas, Dios de Dios.
Y podemos reparar por los miles de ofensas cuando se profana malintencionadamente el sagrado nombre de la Hostia santa.
Hoy, Santa María de Fátima, he querido que María esté presente en todos los momentos de la oración
“A tres pastorcillos la Madre de Dios, descubre el misterio de su corazón”. Ella está muy ligada a nuestra historia. La conversión de los pecadores y el ofrecimiento para reparar por las ofensas nos hace recurrir a María y pedirle; ¿qué me sugieres para darte más cariño, para ayudarte en tu labor de salvar a las almas?… Te quiero, me ofrezco, ayúdame. HÁGASE, ESTAR