10 junio 2011, viernes de la séptima semana de Pascua – Puntos de oración

Seguimos esta semana en el Cenáculo, como los primeros discípulos, con María, esperando la venida del Espíritu Santo. Supliquémosle que nos conceda sus siete dones, pero especialmente pidamos hoy que nos alcance el don de piedad, que nos encienda en el amor ardiente a Cristo. Desde esta perspectiva del amor, en este mes del Corazón de Jesús, podemos centrar nuestros puntos de oración en el evangelio de hoy.

El examen del amor. Junio es el mes de los exámenes, y sin duda el examen más importante que hemos de pasar es el que plantea hoy el Señor a Pedro, y con él a cada uno de nosotros: el examen del amor. Como escribía san Juan de la Cruz, en el atardecer de la vida seremos examinados en el amor. Es un examen muy particular. Veámoslo:

1. Un examen personalizado. En todo examen escrito se nos invita a poner el nombre en la primera hoja. Jesús llama en primera persona: “Simón…”. Resucitado, en sus apariciones se recrea llamando a los suyos por su nombre: “¡María!”; y ahora: “¡Simón! ¿Con qué tono de voz se dirigiría a Pedro? Sin duda con un tono de amor, que invita a la confianza. Escuchemos también a Jesús que me llama por mi nombre. ¿Cómo percibo su voz?

2. Las preguntas del examen. El test que plantea Jesús a Pedro (y con él a nosotros también) consta de tres preguntas sencillas, que van a lo esencial de la materia. Cojamos papel y boli...:

Primera pregunta: “¿Me amas más que éstos?” Pedro se quedaría blanco (y nosotros con él). Jesús le lanza dos retos insuperables. El verbo con el que le dirige la pregunta, en griego (agapáo) significa el amor total, incondicional. Y para colmo le plantea si le ama más que los demás. Pedro sabe que entre ellos está Juan, y otros, que al menos no le negaron… Jesús también me dirige esta misma pregunta a mí… ¿Con qué entonación la percibo? Yo también conozco a muchos que, por lo que puedo juzgar, le demuestran un amor más vivo que el mío... La respuesta de Pedro, desde la humildad, es: “Sí Señor, tú sabes que te quiero”. El verbo que utiliza (filéo) refleja un amor tierno, de amistad, pero no es el amor supremo. Sin duda tiene muy frescos los recuerdos de la noche de la Pasión: su bravuconería “daré mi vida por ti…” y la negación posterior. Pedro responde con su pobre amor humano, ¿cómo responderé yo?

Segunda pregunta: “Simón, ¿me amas?” Si la pregunta anterior era comprometida, ésta, que se centra en lo esencial, en la calidad del amor, resulta más delicada aún. Parece que Jesús le (me) plantea sin evasiva posible: ¿estás dispuesto a amarme incondicionalmente? Yo puedo preguntarme: de verdad, ¿cómo es mi amor? ¿Hasta dónde estoy dispuesto a amar a Jesús?

Tercera pregunta: “Simón, ¿me quieres?” Jesús ha cambiado el tono de su pregunta. Ya utiliza el mismo verbo que Pedro. Dice Benedicto XVI: «Parecería que Jesús se ha adaptado a Pedro, en vez de que Pedro se adaptara a Jesús (…) De aquí nace la confianza, que lo hace capaz de seguirlo hasta el final: "Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: "Sígueme""» (Jn 21, 19). ¡Jesús se adapta a mi debilidad! “Nosotros lo seguimos con nuestra pobre capacidad de amor y sabemos que Jesús es bueno y nos acepta”.

3. La “calificación” del examen. Pedro ha aprobado. Más bien Jesús le ha aprobado ¿Cómo lo sabemos? Porque le encomienda un encargo de la mayor confianza, cuidar de los suyos: “Pastorea mis ovejas”, y especialmente de los más pequeños: “Apacienta mis corderos”. Y es que el amor hay que ponerlo más en las obras que en las palabras, como nos indica san Ignacio. ¿Y Jesús, cómo califica mi amor? ¿Dónde me pide que lo ponga en práctica?

4. La celebración del aprobado. Y ahora que ha pasado el “susto” del examen, celebremos el resultado en la intimidad con Jesús. Atrevámonos a preguntarle ¿Y tú Señor, me amas más que éstos? ¿Más que el mundo, con sus aplausos, sus promesas de placeres y felicidad material…? ¿Más incluso que aquellos de los cuales recibo su amor…? Y percibes que te dice: “Nadie tiene amor más grande que aquél que da la vida por sus amigos… Nadie te ama como Yo…”

Oración final: Madre nuestra Santa María del Cenáculo. Tú que has amado como nadie a Jesús y que has recibido de Él, al pie de la Cruz, el encargo de pastorearnos, alcánzanos la gracia de responder a tu Hijo con amor vivo y sincero, y de apacentar a aquéllos que nos encomienda.

Anexo: de la Audiencia general de Benedicto XVI

Miércoles 24 de mayo de 2006, sobre Pedro, el apóstol

En una mañana de primavera, Jesús resucitado le confiará [a Pedro] esta misión. El encuentro tendrá lugar a la orilla del lago de Tiberíades. El evangelista san Juan nos narra el diálogo que mantuvieron Jesús y Pedro en aquella circunstancia. Se puede constatar un juego de verbos muy significativo. En griego, el verbo filéo expresa el amor de amistad, tierno pero no total, mientras que el verbo “agapáo” significa el amor sin reservas, total e incondicional.

La primera vez, Jesús pregunta a Pedro: "Simón..., ¿me amas" (agapâs-me) con este amor total e incondicional? (cf. Jn 21, 15). Antes de la experiencia de la traición, el Apóstol ciertamente habría dicho: "Te amo (agapô-se) incondicionalmente". Ahora que ha experimentado la amarga tristeza de la infidelidad, el drama de su propia debilidad, dice con humildad: "Señor, te quiero (filô-se)", es decir, "te amo con mi pobre amor humano". Cristo insiste: "Simón, ¿me amas con este amor total que yo quiero?". Y Pedro repite la respuesta de su humilde amor humano: "Kyrie, filô-se", "Señor, te quiero como sé querer". La tercera vez, Jesús sólo dice a Simón: "Fileîs-me?", "¿me quieres?". Simón comprende que a Jesús le basta su amor pobre, el único del que es capaz, y sin embargo se entristece porque el Señor se lo ha tenido que decir de ese modo. Por eso le responde: "Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero (filô-se)".

Parecería que Jesús se ha adaptado a Pedro, en vez de que Pedro se adaptara a Jesús. Precisamente esta adaptación divina da esperanza al discípulo que ha experimentado el sufrimiento de la infidelidad. De aquí nace la confianza, que lo hace capaz de seguirlo hasta el final: "Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: "Sígueme"" (Jn 21, 19).

Desde aquel día, Pedro "siguió" al Maestro con la conciencia clara de su propia fragilidad; pero esta conciencia no lo desalentó, pues sabía que podía contar con la presencia del Resucitado a su lado. Del ingenuo entusiasmo de la adhesión inicial, pasando por la experiencia dolorosa de la negación y el llanto de la conversión, Pedro llegó a fiarse de ese Jesús que se adaptó a su pobre capacidad de amor. Y así también a nosotros nos muestra el camino, a pesar de toda nuestra debilidad. Sabemos que Jesús se adapta a nuestra debilidad. Nosotros lo seguimos con nuestra pobre capacidad de amor y sabemos que Jesús es bueno y nos acepta. Pedro tuvo que recorrer un largo camino hasta convertirse en testigo fiable, en "piedra" de la Iglesia, por estar constantemente abierto a la acción del Espíritu de Jesús.

Archivo del blog