12 junio 2011, Domingo de Pentecostés – Puntos de oración

* Primera lectura: es el relato del Pentecostés cristiano: la venida del Espíritu Santo, prometido por Jesucristo, sobre los apóstoles y los demás integrantes de la Iglesia naciente, entre ellos María, la madre de Jesús, y otras mujeres. Pentecostés era una fiesta judía que se celebraba a los cincuenta días de la Pascua, inicialmente una fiesta agraria, de campesinos, para recordar la llegada del pueblo de Israel al pie del monte Sinaí, y al don de la ley y de la alianza en medio de los portentos que lo acompañaron: fuego en la montaña, viento huracanado, sonido de truenos y trompetas. San Lucas, el autor del libro de los Hechos, nos presenta la inauguración oficial del ministerio apostólico, en el contexto de esta celebración judía, cuando llegaban a Jerusalén miles de peregrinos, como sucedía también en Pascua y en la fiesta otoñal de los tabernáculos o de las tiendas.
Así como en el Sinaí fue constituido el pueblo de Israel con sus instituciones, así también ahora, en Jerusalén, sobre el monte Sión, es constituido el nuevo pueblo de Dios: la Iglesia de Jesucristo. No es obra puramente humana, es obra del Espíritu Divino que Cristo Resucitado envía del Padre como don supremo al mundo. De ahí las manifestaciones portentosas: las lenguas de fuego, el huracán y el ruido. La gente reunida por el portento, asiste a la primera predicación de Pedro y los demás apóstoles. Una predicación sin cesar en el mundo a lo largo de estos veintiún siglos, pese a todas las dificultades, persecuciones, torturas, muertes, martirios...
La Iglesia exulta hoy de júbilo, porque es como el aniversario de su fundación, y porque hoy se renuevan en ella los prodigios de los orígenes, pues el Espíritu Santo sigue llenándola de sus dones.
* Salmo103: Nuestro Dios y Padre, ha creado todas las cosas con gran amor hacia nosotros. Así Él se manifiesta como un Padre providente para con sus hijos. Dios ha derramado en nosotros su Espíritu Santo para que tengamos vida, y Vida eterna. El error más grande de la vida es cerrarse al Espíritu de Dios y no acoger la oportunidad de salvarse, pues sólo por Él conservamos nuestra unión con Dios por medio de Cristo Jesús, llegando, por este único camino, a ser hijos de Dios. Quienes hemos sido hechos partícipes del mismo Espíritu de Dios hemos de llevar una vida grata al Señor, que sea testimonio de Él ante el mundo entero. Vivamos así, esforzándonos en ser fieles al Señor, para alegrarnos eternamente en Él.
* Segunda lectura: La Iglesia junto con Cristo y por su unión con Él es calificada como el "Signo total": Cristo en la Iglesia. Por la voluntad divina, que nos ha dejado este signo de salvación en la historia, la Iglesia es la única vía visible de salvación para la humanidad entera. Quien crea en Cristo será parte de esta comunidad de creyentes en el Señor, a veces de un modo pleno, a veces sólo como una semilla del Verbo en la diversidad de culturas en que se desarrolla la vida de toda la humanidad. Sólo Dios es bueno; y la bondad que realizamos no puede venir sino de esa fuente. Quienes hemos sido bautizados en un mismo Espíritu trabajemos por la unidad y por dar a conocer con mayor claridad el amor que Dios ofrece a todos. Que cada uno colabore para el bien común conforme a la gracia que ha recibido de Dios, poniéndonos siempre al servicio de los demás como Cristo se puso al servicio nuestro. La diversidad de dones, de carismas, de servicios, que el Dios trinitario distribuye, procede de su unidad y tiende a su unidad. Nuestra vida cristiana ahora es ir tras las huellas de Cristo, dejándonos conducir por el Espíritu que Dios ha derramado en nuestros corazones.
* Evangelio:
Para san Juan el Espíritu es un don que procede directamente de Cristo Resucitado: es su aliento, su soplo vital. Él lo transmite, al atardecer del día mismo de la resurrección, a los discípulos reunidos en una casa de Jerusalén, y llenos de miedo por la hostilidad de los judíos. El Señor resucitado se pone en su presencia deseándoles reiteradamente la paz. Les enseña las llagas de las manos y del costado y les envía a predicar la Buena Nueva, como el Padre lo había enviado a Él. Aquí la imagen del Espíritu es también el viento, el soplo que sale de las entrañas mismas del Resucitado, pues en El está presente el Espíritu Divino que lo ha resucitado de entre los muertos y por eso puede comunicarlo a otros sin medida. En San Juan, el don del Espíritu Santo está asociado al perdón de los
pecados. Porque el pecado es como el paradigma o el ejemplo exacto de todos los males que nos pueden afligir a las personas (injusticia, opresión, temor, dolor, desilusión, violencia, muerte). Cuando el Espíritu divino perdona nuestros pecados es como si volviéramos a nacer y como si el mundo se renovara milagrosamente delante de Dios.
El Señor no ha venido a destruirnos, sino a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Él es el Dios misericordioso y siempre fiel. Él es Dios-con-nosotros. Mediante su muerte y resurrección Él nos ha traído la paz, pues nos ha concedido el perdón de nuestros pecados y nos ha comunicado una Vida nueva. Más aún: nos ha hecho partícipes de su mismo Espíritu, renovándonos como criaturas nuevas, para que podamos llegar a ser con plenitud hijos de Dios.
ORACIÓN FINAL:
Dios todopoderoso, que derramaste el Espíritu Santo sobre los apóstoles, reunidos en oración con María, la Madre de Jesús, concédenos, por intercesión de la Virgen, entregarnos fielmente a tu servicio y proclamar la gloria de tu nombre con testimonio de palabra y de vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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