En la presencia del Señor preparamos nuestra oración de mañana.
Puede ayudarnos, ahora que es Junio, invocarle con la plegaria “Corazón de Jesús, en ti confío”
Como no se puede ser plenamente militante sin estar enamorado de María contamos con su intercesión de Madre. Y, junto a esta Madre, está su esposo S. José, al que el P. Morales tanto invocaba y confiaba en él.
Este momento de ponernos en presencia e invocación, es como el calentamiento de músculos al ejercicio intenso. Es esa transición necesaria entre la actividad anterior y el tiempo de la oración. Viene a resultar una medida pedagógica muy oportuna para nuestro espíritu.
Hoy, Jesús nos presenta un evangelio incómodo, que nos saca de nuestras casillas, si antes no nos hemos puesto en “onda de fe”. En efecto, ofrecer la mejilla al que me golpea, dar la túnica a quien me pone pleito o acompañar el doble de tiempo al que me requiere para ir con él, es algo insólito al orgullo más elemental.
Aquí no sólo el Señor cambia la ley del “ojo por ojo”, sino que pide una actitud que zanja de raíz toda posible discusión: vencer el mal a base de bien. Si tenemos fuerza para ponerlo en práctica veremos sus sorprendentes efectos.
De hecho, en otro pasaje del evangelio nos dice que aprendamos del Padre que hace salir el sol sobre justos y malos. Es este Padre y el mismo Jesús, especialmente en su ejemplar y amorosa pasión, como se hacen ejemplo para nosotros. Ciertamente, tenemos que volver a menudo, nuestro corazón hacia Ellos, para tomar luz y fuerza en nuestra vida. Cuesta mucho perdonar o aceptar con paciencia las ofensas e injusticias sufridas. Cuesta creer que el amor es más fuerte, en el sentido de bondad y de solucionar problemas; esto implica un movimiento inicial de fe, paciencia, generosidad. Claro, no siempre estamos a la altura, y hay situaciones que nos “pillan” en fuera de juego. También los cristianos fallamos en esta actitud que nos pide Jesús. Pero, en volver a empezar siempre, se fragua la humildad y el recurrir con confianza a la gracia para ser sanados.
Si actualizamos el “sin mí no podéis hacer nada”, aplicándolo en situaciones en que tengamos que ofrecer la otra mejilla, todo nos irá mejor. Por supuesto, que tendremos que vencer las repugnancias que nacen del orgullo herido. Pero al pensar que Jesús vive en mí y que como sarmiento estoy injertado a esta vid, las uvas (que en este caso es la paz, fuerza y valentía para perdonar) se multiplicarán en nuestra cepa.
No regalemos lo que otros puedan “regalarnos”: el odio no llega a ningún lugar. El mal corazón acaba por agrietarse, romperse, y de él solamente salen palabras de horror. Por lo tanto, si nos insultan, no lo tomemos en cuenta; si nos agraden, nos dan una torta…, ofrezcamos en silencio, aunque nos parezca que tenemos que corresponder al insulto. El Padre del Cielo está en nosotros y conoce todos los desprecios que hemos ido pasando y padeciendo. Y nos premiará con la gracia de perdonar y olvidar. ¡Cuántos casos conocemos en que la verdad perseguida pero llevada con paciencia y amor, ha vencido a los enemigos de la misma!