Hemos empezado el tiempo litúrgico ordinario, y estamos a sólo dos días de Pentecostés.
Todavía estamos, quizá, bajo el efecto de ese día misterioso, en el que Dios derrama su Espíritu con profusión entre todos nosotros. Todos los días lo hace, pero quiere que ese día de una forma especial estemos atentos al derroche de gracias que nos concede, para transparentarlo después en nuestra vida, dejándole actuar a Él.
El evangelio de hoy retoma, como el de ayer, el sermón de la montaña que expone san Mateo durante varios de los primeros capítulos de su evangelio.
Algunas frases resuenan de forma especial en mi corazón:
- “Yo, en cambio os digo”
- “Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen”
- “Si saludáis sólo a vuestros hermanos, qué hacéis de extraordinario?
- “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”.
Jesús ha sido llamado tonto, ingenuo, ignorante, por muchas personas a lo largo de los tiempos por estas palabras. Pero ha habido muchos más que se han dejado transformar por ellas y su vida ha sido un verdadero don de Dios al mundo. Repasemos cada uno la lista de esas personas que hemos conocido, o de las que hemos leído alguna buena biografía, y que han vivido a fondo las palabras de Jesús.
- “Yo, en cambio os digo”. Jesús habla con autoridad. Eso decían sus contemporáneos. Y no tenía miedo a llevar la contraria a las corrientes de pensamiento imperantes en su tierra. Pero lo hacía con dulzura, sin odio, con amor. Y sus mismas palabras lo expresan.
Qué distinto de la forma de “protestar” instaurada en nuestra sociedad, que falla en su base porque no respeta a las personas, a todas las personas, especialmente a las que piensan de manera distinta. - “Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen”. Es la clave. No al ojo por ojo, no a la ley del Talión, que está enraizada en lo más profundo de nuestro egoísmo, en una naturaleza dañada por el pecado original. Y eso significa respetar al otro, al que piensa distinto, al que viste distinto, al que reza de distinta manera. Y amar, respetar, significa acoger, acercarse, tender puentes hacia los adversarios. Examinemos nuestra caridad, revisemos si es o no una farsa, como nos pide san Pablo.
- “Si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?”. Una vuelta más de tuerca nos da Jesús. Puede resultar muy heroico no odiar al enemigo, decir que lo amamos, pero Jesús nos pone aquí una piedra de toque. Como diciendo: el movimiento se demuestra andando, o –como santa Teresa decía- obras son amores y no buenas razones.
En nuestra vida diaria, en nuestras relaciones sociales, ¿nos vamos buscando a nosotros mismos, complacernos, “pasarlo bien” simplemente? Jesús pide a sus discípulos más. Estar siempre alertas, en la actitud de la Virgen en la Visitación. No desaprovechar las ocasiones para acercarnos al que nadie hace caso, al que todos ignoran, al más “soso” de la clase o el trabajo, o al más arisco. Al que vemos más necesitado. Levantar la vista, no mirarnos tanto el ombligo. - “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. Todo lo anterior parece difícil, y cumplir esta última frase de Jesús lo parece más todavía. Pero hay que saber leerla: “Vuestro Padre celestial es el que os va a hacer perfectos. Dejadle hacer”. Confiar en que la fuerza del Espíritu triunfa en nuestra debilidad. “Porque cuando soy débil –dice san Pablo- entonces soy fuerte”.
Sta. Mª de la Visitación, métenos en el Corazón de tu Hijo, para que allí aprendamos de verdad a amar.