27 junio 2011, lunes de la XIII semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Oración inicial (en unión con toda la Cruzada – Milicia de Santa María).

"Que todas mis intenciones, acciones y operaciones, sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de Su Divina Majestad”.

Situándonos.

La primera lectura de hoy escandaliza. Dios, habiendo tomado una posición contra el grave pecado de Sodoma y Gomorra, da una última oportunidad a estos pueblos, dejándose interpelar por Abrahán. ¿Es posible mantener un tú a Tú con Dios de esta manera? Ciertamente Abrahán demostró un profundo respeto hacia el Señor con el que estaba hablando, pero ¿cómo se atrevió a regatear de una manera así a Dios? Y lo que es más sorprendente: ¿cómo Dios se dejó regatear? ¡Dios perdió el tú a Tú que le peleó Abrahán!

Ciertamente intuimos que esta situación es demasiado sorprendente como para pasar sobre ella sin detenernos. ¿No habrá aquí una verdad de fe desconcertante? ¿No se estará descubriendo el verdadero rostro de Dios? ¿No está retratado Dios, y también el hombre, en este diálogo agónico? ¿No será un mapa para que yo conozca el Sagrado Corazón de Cristo?

Orando. Dejemos hablar al Papa. Palabras que resuenan en el corazón que mira a Cristo Eucaristía:

Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va tras la «oveja perdida», la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar. [Benedicto XVI, Deus Caritas est 12]

¿Puede permanecer un cristiano al margen de la frialdad con que el mundo vive la muerte de Cristo en la Cruz? ¿Cuándo ha sido la última vez que luché con Dios, por la salvación de un alma? ¿Cuándo hice una renuncia, un sacrificio, como ofrenda a Dios por un alma? Viendo a Dios puesto contra sí mismo, clavado en la Cruz, para dar una nueva vida al hombre y salvarlo, amándolo de la manera más radical, ¿qué orientación de mi vivir y amor recibo de Dios hoy? ¿Cuánto tiempo llevo siendo sordo a esta llamada de verdadera conversión? Y no nos engañemos, pues este arranque interior a cambiar de vida no es un pío deseo personal que nace del hombre devoto, sino que es una llamada fuerte y clara que parte de Dios, a personas concretas a ser de sus íntimos, a compartir sus sufrimientos, a velar por la salvación de la entera humanidad. ¿Y si se encuentran diez?

El relato de hoy, concluye de esta forma: “Cuando terminó de hablar con Abrahán, el Señor se fue, y Abrahán volvió a su puesto”. Esto se nos pide a nosotros hoy: después de este momento de ESTAR junto a Dios, de asombro por su fidelidad para con el hombre, debemos volver a “nuestro puesto”, en medio del mundo, pero transformados por un Amor incondicional, transparentando la presencia de Alguien, remitiendo a Él. Pidamos a la Virgen, como Madre Buena que es, nos alcance la gracia de la conversión, el encuentro personal con Dios, haciéndonos huir del activismo o de la pasividad, “cogiéndonos” el corazón, y lanzándonos a un apostolado audaz, acorde a la necesidad que el mundo tiene de Dios. En definitiva, Madre, alcánzanos vivir la campaña de la Visitación en este verano, invierno para las almas…

Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don. Es cierto —como nos dice el Señor— que el hombre puede convertirse en fuente de la que manan ríos de agua viva (cf. Jn 7, 37-38). No obstante, para llegar a ser una fuente así, él mismo ha de beber siempre de nuevo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios (cf. Jn 19, 34). [Benedicto XVI, Deus Caritas est 7].

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