Al comenzar nuestra oración en este día pienso que podemos seguir la recomendación que el mismo Jesús hizo a los apóstoles cuando le pidieron que les enseñara a orar: “Cuando oréis, decid: Padre…”
A continuación debemos invocar al Espíritu Santo para que nos ayude a caer en la cuenta que estamos delante de Dios y que somos parte de su familia. “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! … Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es” (1 Jn 3, 1-2).
Durante la semana podemos ir preparándonos para la gran fiesta de la Ascensión del Señor a los Cielos que celebraremos este domingo. Jesús al entrar en el Cielo y sentarse a la derecha del Padre no nos ha dejado solos, todo lo contrario; sin las ataduras del tiempo y el espacio está cercano a todos, más aún puede vivir en nuestras almas, si es que no le echamos por el pecado.
Primera Lectura: Hechos de los Apóstoles 18, 1-8
Pablo deja Atenas y se va a Corinto. Allí entabla amistad con un joven matrimonio, judíos ambos, Aquila y Priscila. Los conoció porque compartían con Pablo el mismo oficio, el de tejedores de lona, con el que Pablo se ganaba la vida evitando así ser gravoso a las comunidades que en general eran muy pobres. Los sábados como era su costumbre, Pablo iba a la sinagoga y hablaba a los judíos, bueno más bien discutía, según cuentan los Hechos. Y les decía a los judíos que Jesús es el Mesías. Como estos reaccionaban con blasfemias, Pablo sacudió su manto y le dijo: desde ahora iré a los paganos. A pesar de las mil dificultades, el apostolado de Pablo tuvo su éxito: Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su familia, y también muchos corintios escuchaban, creían y se bautizaban.
Evangelio del Día: Jn 16, 16-20
La composición de lugar es el Cenáculo, lugar donde Jesús se reunió por última vez con sus discípulos, al atardecer de aquel día en que iba a ser entregado para celebrar la Pascua. Hay que imaginarse el ambiente íntimo y de gran expectación por parte de los discípulos. Jesús les dijo: Dentro de un poco, ya no me veréis, dentro de otro poco, me veréis. Los discípulos se extrañaron de esas palabras y no entendían que podía significar ese “poco”. Jesús sale al paso y les da una explicación que probablemente les dejó aún más perplejos; Yo os aseguro: lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre. Se refiere al momento terrible de la Pasión. Los amigos de Jesús lloran su pérdida y lamentan que todo termine así. Mientras tanto el mundo se divierte condenando a Cristo, se entretiene viendo cómo acaba el galileo que tanto prometía y que ha tantos había entusiasmado.
Este misterio de Cristo lo debe vivir también cada cristiano porque ningún discípulo es más que su maestro. Y porque es un camino de purificación que nos lleva a la resurrección.
La cruz no tiene la última palabra, finalmente Jesús les dijo: pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. Esa alegría que tiene ahora Jesús, en su Gloria, junto al Padre, la quiere compartir con nosotros.
Por eso, en este rato de oración, te invito a que te acerques a Él, con confianza, sin miedos y abriéndole tu corazón de par en par, repite muchas veces: Corazón de Jesús, en Ti confío…