Hoy nuestra oración se centra en la figura de los Santos Apóstoles, Pedro y Pablo, modelos en el seguimiento de Jesús para todos nosotros y primeras columnas de la Iglesia universal. Unas palabras del Papa Pablo VI nos describen a estas grandes figuras de nuestra fe:
“Pedro y Pablo fueron los primeros maestros de la fe, y con las fatigas y sufrimientos de su apostolado nos dieron su primera expansión, su primera formulación, su primera autenticidad; y para que no quedase duda sobre la certeza de su nueva, maravillosa y exigente enseñanza, a ejemplo del Maestro y con Él, seguros de una victoria final, sellaron con la sangre su testimonio”.
¿Qué podemos pedirles a estos santos para nuestra vida?
A San Pedro, hemos de pedirle la firmeza de la fe. A él debemos esta exhortación: “Sed fuertes en la fe” (1Pe 5,9). Su nombre, puesto por Jesús, significa “piedra” y es que el Señor ha dado a Pedro la fortaleza de la roca para confesar la fe y para confirmar así a sus hermanos. Esta capacidad la ha dado a sus sucesores, los papas, para conservar la fe y anunciarla a través de los tiempos con verdad y seguridad. Por eso hoy hemos de pedir por el Papa, a fin de que el Señor le fortalezca en el cumplimiento de su misión. Cuando Benedicto XVI se dirigió a los jóvenes en Polonia y les explicó qué significaba construir la casa de la propia vida sobre roca, les dijo lo siguiente:
“No tengáis miedo de construir vuestra vida en la Iglesia y con la Iglesia. Sentíos orgullosos del amor a Pedro y a la Iglesia a él encomendada. No os dejéis engañar por quienes quieren contraponer a Cristo y a la Iglesia. Sólo hay una roca sobre la cual vale la pena construir la casa. Esta roca es Cristo. Sólo hay una piedra sobre la cual vale la pena apoyarlo todo. Esta piedra es aquel a quien Cristo dijo: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia".
Y si a San Pedro le pedimos la firmeza de la fe, ¿qué le pediremos a San Pablo? Su audacia apostólica para anunciar el evangelio: “El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles”. Para ello es necesario un amor muy fuerte a Cristo que se contagie a todos, pues a San Pablo le urgía el amor de Cristo a entregarse como Él se entregó por todos.
San Pedro y San Pablo descubrieron el amor infinito de Dios en Jesucristo, su Hijo hecho hombre, muerto en la cruz y resucitado por nosotros, siempre vivo en su Iglesia. Comprobaron en su vida la misericordia sin límites de Cristo que les condujo pacientemente a la conversión y a dar su vida por la Iglesia. Dejémonos como ellos cautivar por el amor inmenso del Corazón de Jesús.
Te invito a escuchar el testimonio de Abelardo contando en unos ejercicios a militantes una gracia que recibió al poco de su conversión y que le marcó para siempre. Tres minutos para narrar la misericordia del Buen Pastor de nuestras vidas.