Vamos a realizar un homenaje a nuestro querido Papa y ya Beato Juan Pablo II, sirviéndonos de una homilía suya, en esta fiesta litúrgica, en que se desarrollan estos tres temas:
Glorificar al Dios viviente
Iglesia y Eucaristía
Comunión
* Homilía del Corpus Christi, en San Juan de Letrán (21-VI-1984)
Glorificar al Dios viviente
“Iglesia santa, glorifica a tu Señor” (cf. Sal 147,12).
Esta exhortación, que resuena en la liturgia de hoy, responde casi como un eco lejano a la invitación que el Salmista dirigió a Jerusalén: “Glorifica al Señor, Jerusalén;/ alaba a tu Dios, Sión,/ que ha reforzado los cerrojos de tus puertas/ y ha bendecido a tus hijos dentro de ti” (Sal 147,12-13).
La Iglesia creció en Jerusalén y en lo más profundo de su corazón trae esta invitación a glorificar al Dios viviente. Hoy desea responder a esta invitación de modo particular. Este día -jueves después del domingo de la Santísima Trinidad- se celebra la solemnidad del Corpus Domini: del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.
La Iglesia creció desde la Jerusalén de la Antigua Alianza como Cuerpo bien compacto en unidad mediante la Eucaristía. “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (1 Cor 10,17).
“Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo?” (1 Cor 10,16).
Jesucristo dice: (Jn 6,56-57) “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí”.
Iglesia y Eucaristía
Esta es la vida de la Iglesia. Se desarrolla en el ocultamiento eucarístico. Lo indica la lámpara que arde día y noche ante el tabernáculo. Esta vida se desarrolla también en el ocultamiento de las almas humanas, en lo íntimo del tabernáculo del hombre.
La Iglesia celebra incesantemente la Eucaristía, rodeando de la máxima veneración este misterio, que Cristo ha establecido en su Cuerpo y en su Sangre; este misterio que es la vida interior de las almas humanas. Lo hace con toda la sagrada discreción que merece este sacramento.
Pero hay un día, en el que la Iglesia quiere hablar a todo el mundo de este gran misterio suyo. Proclamarlo por las calles y plazas. Cantar en alta voz la gloria de su Dios. De este Dios admirable, que se ha hecho Cuerpo y Sangre: comida y bebida de las almas humanas. “...y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51).
Es necesario, pues, que el mundo lo sepa. Es necesario que “el mundo” acoja este día solemne el mensaje eucarístico: el mensaje del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.
Deseamos, pues, rodear con un cortejo solemne a este “pan”, por medio del cual nosotros -muchos- formamos un solo “Cuerpo”.
Queremos caminar y proclamar, cantar, confesar: He aquí a Cristo -Eucaristía- enviado por el Padre./ He aquí a Cristo, que vive por el Padre./ He aquí a nosotros, en Cristo:/ a nosotros, que comemos su Cuerpo y su Sangre,/ a nosotros, que vivimos por Él: por medio de Cristo-Eucaristía./ Por Cristo, Hijo Eterno de Dios.
Comunión
“El que come su Carne y bebe su Sangre tiene la vida eterna... Cristo lo resucitará el último día” (cf. Jn 6,54).
A este mundo que pasa,/ a esta ciudad, que también pasa, aunque se le llame “ciudad eterna”,/ queremos anunciarles la vida eterna, que está, mediante Cristo, en Dios:/ la vida eterna, cuyo comienzo y signo evangélico es la Resurrección de Cristo;/ la vida eterna, que acogemos como Eucaristía: sacramento de vida eterna.
Oración final:
Señor, tú has querido que la Palabra se encarnase en el seno de la Virgen María; concédenos, en tu bondad, que cuantos confesamos a nuestro Redentor, como Dios y como hombre verdadero, lleguemos a hacernos semejantes a él en su naturaleza divina. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.