La meditación de hoy puede tener dos partes: Al levantarme me recuerdo de lo que voy a meditar, de que es primer sábado de mes y de que mañana domingo vamos a revivir la ascensión de Jesús a los cielos. Si tengo algún propósito de mejora concreto, se lo pido a Jesús o a su Madre, un ave María y a la ducha (los menores de 40 con agua fría, los que tengan reuma, con templada).
Ya estoy en la capilla o en el rincón de mi habitación, y me recuerdo de los puntos, de estos que escribo yo ahora o de los que sea. “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará”. Te imaginas sentado, quizás con otros, frente a Jesús que te mira a los ojos y te dice: “Escúchame bien Joi (supongamos que Joi es tu nombre): Todo lo que pidas al Padre en mi nombre, te lo dará”. Y tú vas y no te lo crees, no te fías, no le pides por si acaso. Realmente es una posición extraña pues quizás haya habido otras muchas veces que le has pedido cosas y te parece que no te las ha concedido y estás resabiado, tristemente desconfiado. Ahora es el momento del diálogo con Él, de la confidencia, de llorarle para que aumente tu fe. Yo ya soy viejo (adulto mayor) y la verdad es que no tengo ganas de pedirle salud, ni un buen carro, ni milicia floreciente, sólo anhelo una cosa: la santidad humilde y seguramente humillada. El estar pegado a Él, amarle sólo a Él y a los demás, a todos por igual, a ninguno menos y a todos muchísimo… Podría seguir diciendo tonterías del amor, pero eso te toca a ti.
Si te apetece vas recorriendo mentalmente la Biblia para ver que otras cosas hay parecidas a esta. Cómo lo ha practicado el mismo Jesús. El papel de los intermediarios: Jesús es el camino para el Padre, que es el final y Jesús mismo nos pone otro escalón entre Él y nosotros. Un detalle de su amor. Pone a su Madre.
También puedes pensar en las cosas de la Madre que tengan que ver con la petición.
Por último una idea de Martín Valverde. Era un señor que había pedido a su Papá Dios un naranjo, para tener muchas naranjas y barriendo la casa se encuentra con una pepita. La coge y siente que viene directamente de Dios. Le mira extrañado.
- Yo te pedí un naranjo.
- Pues te lo he dado al toque.
- Pero yo quiero un árbol.
- Eso, lo que te doy.
- No yo quiero un naranjo de los grandes.
- Justo de ese tipo es la pepita.
A Dios le suele gustar que nosotros también tengamos que aportar en nuestro regalo, eso de plantar la semilla y regarla y esperar con paciencia. Seguramente esta persona del cuento tenía poca fe. Si hubiese tenido más o más confianza, le habría dado un árbol pequeñito, como los que venden en los viveros. Con mucha fe, le habría salido, en la misma jardinera de su balcón, un inmenso naranjo en flor cargadito de naranjas.
Ahora podemos pensar un poco en lo del final del evangelio: “Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre”. Eso se revivirá este domingo, cuando a la hora de vísperas se renovará su Ascensión. Pensamos en el grupo que estaba con Él, con María en un costadito. Pensamos en sus sentimientos: pena y alegría entremezcladas. En todo caso es para nosotros una llamada inmensa a poner nuestras ilusiones en el futuro, en el cielo. Soñar con nuestra llegada allí, cuando le veamos cara a cara, cuando nos abracemos, o mejor cuando me abrace y yo me deje abrazar. Somos ciudadanos del cielo, esperando el abrazo del padre Morales, nuestros familiares fallecidos, pero sobre todo el de las familia de Jesús y el de Él mismo que según parece se muestra en forma de luz, después de la visión de nuestro examen particular. Soñar con el abrazo de mi Jesús