La fiesta de hoy, Jesucristo sumo y eterno sacerdote, nos lleva a contemplar la cruz, y en concreto, en su dimensión del pago por nuestros pecados que supone el ofrecimiento del crucificado
Benedicto XVI, en su último libro, nos invita a mirar a Jesucristo, que se ofrece por nosotros. Unos capítulos, los de la cruz, que hoy bien podríamos leer como lectura espiritual.
Nos ayudará a contemplar este misterio verlo desde la dimensión divina de Jesús. Cristo es Dios. Y a Dios no le es ajeno nuestro sufrimiento, el mal del mundo. ¡¡Es el propio Dios el que salda la deuda!! Es el mismo Señor el que, asumiendo el sufrimiento e supone el mal, rompiéndosele su corazón, nos acoge, nos abraza, nos devuelve la dignidad de hijos.
Por ello creo que la mejor forma de hacer la oración de hoy, una vez leídos los pasajes, es quedarse en silencio contemplando la Cruz, contemplando a Cristo crucificado, y dejarse rociar por su sangre en la oración, salpicar por ella, para que como decía Santa Teresita del Niño Jesús, ni una sola gota se pierda.
- Padre, perdónale porque no sabe lo que hace.
Sí, Padre, perdóname porque no sé lo que hago, porque mi vida está lejos de ser lo que has soñado para mí, y admíteme como hijo.
Y con San Juan de la Cruz podemos oír la voz del Padre que cuando nos mira no puede menos que mirar a su Hijo, que en su rostro ve el nuestro, que con sus brazos suplicantes clama perdón como abogado nuestro.
¿Cómo no amarte, si en ti veo a mi Hijo?, nos dice el Padre.
Hoy, Cristo, sacerdote, intercede y se entrega por mí.