A solo seis días de la Vigilia, entramos en el sprint final de la Campaña de la Inmaculada. Georges Bernanos escribió que “Ella es más joven que el pecado, más joven que la raza de la que ella es originaria y, aunque Madre por la gracia, Madre de las gracias, es la más joven del género humano”. La devoción a nuestra Madre es como el viento que aviva las brasas apagadas por la ceniza. ¡Bienaventurada, Tú, María, porque has creído! Tú eres la PUERTA DE LA FE y la Estrella de nuestra Misión como quiere Aparecida.
Y dentro de dos días la fiesta del gigante de la misión, San Francisco Javier. El ritmo del tiempo de Adviento va calando en nuestro espíritu y se pone vigilante, sacude su rutina y modorra, cobra su amor primero.
Las tres lecturas nos hablan de confianza, escucha de la palabra divina, coherencia entre el dicho y el hecho, roca firme porque Cristo es Roca eterna, Bueno, Amor Eterno.
- 1. Confiad en el Señor para siempre, porque el Señor es una Roca eterna. Libro de Isaías 26,1-6.
Sí, confianza, porque nada es imposible para Él, porque lo conoce todo, lo puede todo y me ama inmensamente. - 2. ¡Aleluya! ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Salmo 118(117) ,1.8-9.19-21.25-27a.
Gratitud, gratuidad porque Dios es gratis, bueno, amoroso –siempre, eterno. - 3. El que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Evangelio según San Mateo 7,21.24-27.
Magnífico programa para nuestra vida: escuchar las palabras de Jesús para ponerlas en práctica. Como María Inmaculada. Por eso “la Palabra se hizo carne”.
Dedica unos minutos a leer el comentario del Evangelio por el “inspirador” del Concilio Vaticano, Beato John Henry Newman (1801-1890), teólogo, fundador del Oratorio en Inglaterra Sermón «Ver», PPS vol. 4, n°22: «Para entrar en el Reino de los cielos..., hay que hacer la voluntad de mi Padre»
Año tras año, el tiempo pasa en silencio; la venida de Cristo está cada vez más cercana. ¡Si solamente, como él se acerca a la tierra, pudiéramos nosotros acercarnos al cielo! ¡Oh, hermanos míos, pedidle que os dé el coraje para buscarlo con sinceridad! Pedidle que permanezcáis ardientes... Pedidle para que Él os conceda eso que la Escritura llama «un corazón bueno y honrado» o «un corazón perfecto» (Lc 8,15; Ps 100,2), y, sin esperar, comenzar de inmediato a obedecerle con el mejor corazón que tiene. Cualquier obediencia es mejor que nada.
Tenéis que buscar su rostro (Sal 27,8), la obediencia es la única manera de buscarlo. Todos vuestros deberes de estado son obediencia... Hacer lo que él pide, es obedecerle, y obedecerlo, es acercarse a él. Todo acto de obediencia nos acerca a él que no está lejos, aunque lo parezca, sino muy cerquita de este marco material. La tierra y el cielo no son más que un velo entre él y nosotros. Llegará el día en que se desgarrará el velo, y se nos mostrará. Y entonces, según como lo hayamos esperado, se nos recompensará. Si lo hemos olvidado, no nos conocerá. Sin embargo, "Dichosos los siervos a quienes el Señor, cuando venga, los encuentre velando» (Lc 12,37)... ¡esta es la parte de cada uno de nosotros! Es difícil lograrlo, pero más lamentable no conseguirlo. La vida es corta, la muerte es segura, y el mundo venidero es eterno.