Hoy la Iglesia celebra la fiesta del apóstol San Andrés. Una fiesta muy consoladora para todos aquellos cristianos que no destacamos apenas en nada. Que no poseemos el ardor apostólico de Santiago, o la elocuencia arrebatadora de San Pablo, ni el estilo de vida admirable de Natanael. Cristianos de segunda fila, que siguieron a Jesús discretamente sin grandes protagonismos. Como el apóstol san Andrés cuyo único mérito, según nos cuenta el Evangelio de hoy, parece que fue el de ser hermano de Simón al que llamaban Pedro.
Hoy la Iglesia celebra la figura del apóstol san Andrés, una figura consoladora porque nos muestra la importancia de las almas pequeñas en la historia de la salvación. Y es que Dios se sirve de las almas pequeñas para llegar a las grandes, para extender el Reino. “Si Padre, así te ha parecido mejor” Así es como aparece el apóstol san Andrés en el Evangelio: Un sencillo discípulo de Juan el Bautista que llevó a su hermano Pedro ante Jesús. “Hemos encontrado al Mesías… y lo llevó a Jesús…” eso fue todo. Esa fue la mecha que permitió que prendiera la llama del Amor de Cristo en el alma de San Pedro. Es verdad que Andrés no fue más que un simple transmisor, pero sin esa mecha no habría prendido el fuego en el corazón del primer Papa.
Fue también san Andrés el que hizo saber a Jesús que había un muchacho que tenía unos panes y unos peces. Y fueron necesarios esos pocos panes tocados por las manos de Cristo y esos peces, para que se produjera el milagro de la multiplicación. Era necesaria la intervención del humilde apóstol para que se pudiera mostrar la omnipotencia de Dios. Omnipotencia dependiente de la acción de un pobre hombre. ¡Qué paradoja! Y así es como se escribe la historia de la salvación, entretejida de pequeñas acciones humanas, insignificantes pero imprescindibles, necesarias. Así lo quiso Dios entonces y así lo sigue queriendo en nuestros días. Y es que Dios cuenta contigo y conmigo para darse a conocer a los hombres. Dios necesita de esas almas sencillas, pequeñas pero fieles, cuyo único mérito es seguir de cerca de Jesús pero viviendo en medio de los hombres. Porque fue allí, en medio de los hombres, donde el Señor mismo llamó a san Andrés. Fue estando en medio de la brega diaria, cuando se encontraban “echando el copo en el lago, pues eran pescadores”.
Pidamos al apóstol en su día que nos conceda la gracia de entender la importancia de nuestro papel en la historia de la salvación de todos los que nos rodean.