Nos ponemos en la presencia de Dios. Invocamos al Espíritu Santo.
Dice la primera lectura que el Espíritu del Señor llena la tierra. Así debe ser nuestra vida: impregnada por el Espíritu del Señor.
El Salmo nos dice: guíame Señor por el camino eterno. Es un salmo que te invito a que lo repitas despacio. Tú me sondeas y me conoces, cuando me siento y me levanto.
El evangelio nos habla del perdón y de la fe.
¿Cómo puedo yo escandalizar con mi vida? ¿Cuando quiero ser grande, en lugar de aceptar ser como Dios quiere que sea?
Jesús nos pide que perdone sin límite. ¿Cómo está mi capacidad de perdón?
Una fe pequeña es suficiente para hacer grandes cosas. ¿Cómo dejo actuar mi fe? La fe es un regalo. Pídele a Dios que aumente tu fe. Que sea como un grano de mostaza.
El otro día me decía una compañera que había mal ambiente en el departamento del centro. Yo le dije que tratara de que fuese menos malo.
Te brindo este pensamiento de Abelardo:
“Soy un alma pequeñita, con manos vacías y manchadas. Pero Dios ama a los pequeños. Lo importante es dejarle hacer y deshacer. No desalentarse por nada. Suele desalentarnos precisamente el vernos pequeños, el que podamos hacer tan poco por Él. Pero déjate siempre amar.”
Estamos viviendo en Zamora la gracia de la canonización de una santa sencilla (santa Bonifacia) que ha sido reciente, el día 23 de octubre de este año. Entre otras cosas decía: “Sólo el amor nos salvará”. Una mujer que sacaba de la oración, alegría y esperanza para llevar a las jóvenes de su época amor y esperanza para sus vidas.
Demos gracias a Dios. Estos días recuerdo la primera visita de Juan Pablo II a España. Tal como hoy visitaba el Castillo de Javier. Y nos decía “cuando un católico toma conciencia de su fe se hace misionero”.
Que este rato de oración te ayude ser un misionero lleno de fe y con ganas de perdonar siempre.