“Como en los días de Noé y de Lot…” (Lc 17, 26). La vida corre normalmente: comer, beber, comprar, vender, plantar, construir. La rutina puede envolvernos de tal forma que no conseguimos pensar en otra cosa, en nada más. Y el consumismo de la sociedad actual contribuye a aumentar en muchos de nosotros una total desatención a la dimensión más profunda de la vida.
Hoy, en el corazón de este mes de noviembre, es un buen momento para recordar las palabras que José Mª Pemán (en el Divino Impaciente) pone en boca de san Ignacio aconsejando a Francisco Javier:
No te acuestes una noche
sin tener algún momento
meditación de la muerte y el juicio,
que a lo que entiendo,
dormir sobre la aspereza
de estos hondos pensamientos
importa más que tener por almohada,
piedra o leño.
La muerte nos da grandes lecciones para la vida. Nos enseña a vivir con lo necesario, desprendidos de los bienes que hemos de usar, pero que dentro de un tiempo, siempre corto, habremos de dejar; tan solo nos llevaremos, y para siempre, el mérito de nuestras buenas obras.
Aprovechemos gozosamente cada día como si fuera el único, sabiendo que ya no se repetirá jamás. Mañana, en nuestra oración, recordemos que con la muerte termina la posibilidad de merecer para la vida eterna. No dejemos, pues, escapar estos días, numerados y contados, que faltan para llegar al final del camino.
Que el recuerdo de la muerte nos ayude a trabajar con más empeño en la tarea de la propia santificación, viviendo “no como necios, sino como prudentes, redimiendo el tiempo” (Ef 5,15), recuperando tantos días y tantas oportunidades perdidas. Aprovechemos el tiempo que nos queda.
Y cuando llegue nuestro encuentro con el Señor (cierto en el hecho, incierto en el momento), hasta esos últimos instantes nos han de servir para purificar nuestra vida y ofrecernos con un acto de amor a Dios Padre. Para ese trance escribió San Ignacio de Loyola: «Como en la vida toda, así también en la muerte, y mucho más, debe cada uno (...) esforzarse y procurar que Dios nuestro Señor sea en ella glorificado y servido, y los prójimos edificados, a lo menos del ejemplo de su paciencia y fortaleza, con fe viva, esperanza y amor de los bienes eternos...» (Constituciones S. I., p. 6ª. c, 4, n. 1).
Y acabemos con un pensamiento del santo jesuita chileno P. Alberto Hurtado: “La vida se nos ha dado para buscar a Dios, la muerte para encontrarlo y la eternidad para poseerlo”.