18 noviembre 2011. Dedicación de las basílicas de San Pedro y San Pablo – Puntos de oración

Al iniciar la oración debemos ser conscientes de que Dios me está esperando, ponerme en su presencia, escuchar lo que Él quiere decirme y contarle lo que llevo en mi corazón, lo bueno y lo malo que hay en él, mis alegrías y mis penas, todo aquello que me ocupa y me preocupa.

La Iglesia en el mes de noviembre propone a sus hijos que tenga una memoria sobre la vida eterna, que estamos en camino hacia la meta verdadera, por eso está bien recordar aquí la frase de Kempis: “en quitándose de la vista bien presto se va de la memoria”.

La fe cristiana dice a los creyentes que nuestros seres queridos no sólo siguen viviendo en nuestro recuerdo y en nuestro cariño, sino que continúan realmente viviendo junto a Dios. Algo que, sin duda, no es fácil asumir y de aceptar. Estamos hechos de tal forma que nos cuesta mucho trabajo aceptar lo que no podemos ver ni tocar; y que haya una vida después de la muerte es algo que nunca hemos visto ni tocado pero es bien cierto la frase que dirige el zorro al pequeño príncipe en la obra de A. de Saint-Exupéry: “lo esencial es invisible para los ojos; sólo se ve bien con el corazón”. Ante el misterio de la muerte nos situamos en un terreno en el que no nos bastan los ojos o las manos; es el terreno de lo esencial, de lo que sólo se ve con el corazón, de lo que sólo se puede aceptar por la fe, por “los ojos iluminados del corazón”, de los que hablaba san Pablo.

La fe cristiana no nos habla de la resurrección del alma, sino de la “resurrección de los muertos”, o como se formula en el Credo, la “resurrección de la carne”. Será la experiencia del Resucitado lo que llevará a los testigos a afirmar que también los muertos resucitan. San Pablo nunca dirá que Jesús ha resucitado porque todos los muertos resucitan. Será al revés: los muertos resucitan, porque Jesús ha resucitado. Esta es la esperanza: porque Dios ha sido fiel con Jesús y lo ha resucitado de entre los muertos, también los que somos “hijos en el Hijo” podemos tener esa misma esperanza.

Suplicar al Señor y a su Madre que mantengamos a lo largo de todo nuestro caminar hacia la Patria Eterna la esperanza de la resurrección para no caer en la tentación de creer que los deseos de felicidad y de eternidad, hondamente grabados en nuestro ser, se rompen definitivamente en pedazos con la muerte.

Al terminar nuestra oración hacer un pequeño balance de cómo vivo yo esta verdad de fe de la resurrección aquí en esta vida y si me ayuda a vivir el momento presente para escuchar un día la voz del Señor que me dice: “ven bendito de mi Padre, recibe la herencia del Reino preparado para ti desde la creación del mundo”.

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