Hoy celebramos a San Alberto Magno, que unió en su vida la santidad y la sabiduría; fue maestro de Santo Tomás de Aquino. Los dos pertenecían a la Orden de Predicadores. Muere en Colonia en 1280. En sus comentarios al evangelio encontramos una bellísima explicación del mandato de Jesús de celebrar la Eucaristía, “haced esto en conmemoración mía”, que vamos a enlazar con el evangelio de este día. Nos dice San Alberto que este mandato de celebrar el sacramento es el más provechoso, el más dulce, el más saludable, el más amable y el más parecido a la vida eterna:
- El más provechoso, porque la Eucaristía nos santifica, nos alcanza la plenitud de la gracia mediante el sacrificio de Cristo representado sacramentalmente en la Misa. En cada Eucaristía, Cristo se ofrece al Padre: “Por ellos me consagro yo, para que ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17).
- Es lo más dulce que podemos hacer, pues “¿qué puede haber más dulce que aquello en que Dios nos muestra toda su dulzura?” –dice San Alberto. La Eucaristía es manjar de ángeles, un pan de mil sabores. En ella el Señor nos “alimenta con flor de harina, nos sacia de miel silvestre” (Sal 80).
- Es lo más saludable que nos puede mandar, pues este sacramento es el fruto del árbol de la vida y el que lo come no gustará la muerte: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6).
- Es lo más amable que se nos podía mandar, pues el sacramento de la Eucaristía es causa de amor y de unión: “la máxima prueba de amor es darse uno mismo como alimento” –dice el Santo de hoy. Es imposible un modo de unión más íntimo y verdadero entre Cristo y nosotros.
- Es lo más parecido a la vida eterna que se nos podía mandar, pues la vida eterna es una continuación de la Eucaristía, pues “Dios penetra con su dulzura en los que gozan de la vida bienaventurada”.
El evangelio de este día nos habla de cómo el Señor entró a hospedarse en la casa de Zaqueo, que era un pecador. El deseo de Cristo es entrar en nuestro corazón y en nuestra vida, para traernos la salvación. También a cada uno de nosotros nos dice: “baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Cuando le recibimos en la comunión eucarística, le abrimos nuestra casa y le permitimos derramar su amor que nos santifica y produce frutos de justicia y de caridad. ¡Hagamos todo lo posible por recibir a Cristo en el sacramento de la Eucaristía con la mayor frecuencia que podamos! Y si ya le recibimos cada día, tratémosle como al mejor huésped que podemos acoger en nuestro corazón, como a aquél que ha venido a salvar lo que estaba perdido.