Para valorar la importancia de la meditación diaria que realizamos, recordamos unas palabras del Papa Benedicto XVI de la Introducción a la Exhortación Apostólica VERBUM DOMINI, de 30 de septiembre de 2010, sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia:
“La palabra del Señor permanece para siempre. Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos» (1 P 1,25: cf. Is 40,8). Esta frase de la Primera carta de san Pedro, que retoma las palabras del profeta Isaías, nos pone frente al misterio de Dios que se comunica a sí mismo mediante el don de su palabra. Esta palabra, que permanece para siempre, ha entrado en el tiempo. Dios ha pronunciado su palabra eterna de un modo humano; su Verbo «se hizo carne» (Jn1, 14). Ésta es la buena noticia. Éste es el anuncio que, a través de los siglos, llega hasta nosotros (…)
Por tanto, exhorto a todos los fieles a reavivar el encuentro personal y comunitario con Cristo, Verbo de la Vida que se ha hecho visible, y a ser sus anunciadores para que el don de la vida divina, la comunión, se extienda cada vez más por todo el mundo. En efecto, participar en la vida de Dios, Trinidad de Amor, es alegría completa (cf. 1 Jn 1,4). Y comunicar la alegría que se produce en el encuentro con la Persona de Cristo, Palabra de Dios presente en medio de nosotros, es un don y una tarea imprescindible para la Iglesia. En un mundo que considera con frecuencia a Dios como algo superfluo o extraño, confesamos con Pedro que sólo Él tiene «palabras de vida eterna» (Jn 6,68). No hay prioridad más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante (cf. Jn 10,10)” (números 1 y 2).
Primera lectura: Se refiere a la noche de la liberación del Pueblo Israelita de la mano de sus opresores, en la cual la Palabra se manifestó como salvación para ellos, al salvar al pueblo hebreo de los opresores egipcios. Esa noche es una figura de aquel otro momento sublime en que la Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros, y se manifestó con todo su poder y potencia de salvación, para liberarnos de la esclavitud del pecado y poder participar de la Vida Divina. Dios es la razón de nuestro gozo y alegría, es nuestra defensa y salvación. Nos llena de confianza saber que nuestra vida está siempre en sus manos.
Salmo 104: El hecho de recordar y meditar las maravillas que hizo el Señor, nos alegra el corazón sabiendo que Dios es siempre fiel a sus promesas. Por eso le agradecemos tantos bienes y como muestra de amor, queremos ser fieles a sus mandatos y enseñanzas. Su amor por nosotros ha llegado hasta el extremo de entregar a su propio Hijo a la muerte para liberarnos del pecado y de su consecuencia, la muerte. Dios no sólo quiere concedernos bienes terrenos, sino su vida y la salvación eterna. Busquemos a Dios para que nos conceda su perdón, su paz, su vida y la presencia de su Espíritu Santo en nosotros.
Evangelio: Lucas es el evangelista de la oración, puesto que el que más veces describe a Jesús orando y más nos transmite su enseñanza sobre cómo debemos orar. Hoy lo hace con la parábola de la viuda insistente. El juez no tiene más remedio que concederle la justicia que la buena mujer solicita. No se trata de comparar a Dios con aquel juez injusto, sino nuestra conducta con la de la viuda, seguros de que, si perseveramos, conseguiremos lo que pedimos.
Dios siempre escucha nuestra oración. Él quiere nuestro bien y nuestra salvación más que nosotros mismos. Nuestra oración es una respuesta, no es la primera palabra. Nuestra oración se encuentra con la voluntad de Dios, que deseaba lo mejor para nosotros. La oración, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de él, nos recuerda el Catecismo de la Iglesia (nº1560).
Oración Final:
Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.