Podemos centrar nuestra oración en el texto del evangelio de hoy. Contemplemos a Jesús. Escuchemos con atención su respuesta a los fariseos. Sintonicemos con los sentimientos profundos de su corazón. Para ello pidamos luz al Espíritu Santo.
1. La pregunta de los fariseos: “¿Cuándo va a llegar el Reino de Dios?” Esta pregunta que hacen los fariseos a Jesús no es difícil detectarla en nuestros ambientes. Es más: de una forma u otra a veces nos la planteamos nosotros mismos: “¿hasta cuándo vas a permitir esto, Señor? ¿Dónde estabas cuando me ocurría esto y lo otro? ¿Hasta cuándo vas a seguir lejos de mí?” No nos damos cuenta de que actuamos como el pez del cuento, que, lleno de confusión, fue a buscar al Rey de los peces para preguntarle: “Dime: ¿dónde está el mar? ¿Qué es el mar?” Y el Rey, mirándole con redondos ojos de asombro, le contestó: “¡Pero si estás en el mar! Más aún: ¡todo lo que te rodea es mar! Y más todavía: ¡solo aquí, en el mar, podrás desarrollarte, nadar en libertad y ser feliz!”
2. La respuesta de Jesús: “Mirad, el Reino de Dios está dentro de vosotros”. Como dijo san Pablo a los atenienses: “En Él vivimos, nos movemos y existimos” (Act 17, 28). En Jesucristo se ha hecho presente el Reino de Dios en medio de nosotros, en nuestro mundo. Como rezamos en el ángelus: “el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros”. Jesús mismo es el Reino de Dios, y encontramos que el Reino ha llegado en la persona de Cristo Rey, en sus palabras, en sus actuaciones…
Compartir la vida con Jesús es entrar en el Reino de Dios. Es disfrutar de la realidad que nos comentaba el P. Morales a los militantes: “el lado más amoroso, puro y delicioso de la vida de la Milicia consiste en sentir con las profundidades de la fe que alguien va a bordo de tu vida, que en el seiscientos de tu vida hay alguien que va contigo al volante, y que está muy dentro de tu corazón”. Es en definitiva descubrir la vivencia de san Pablo: “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20). ¿Somos conscientes de esta realidad: Cristo viviendo en nosotros y entre nosotros? ¿No nos llena de entusiasmo?
El mundo está enfermo de soledad, de tristeza, de aburrimiento (aunque lo disfrace con ruidos, brincos y máscaras de colores), porque no ha descubierto el tesoro escondido que es Cristo viviendo en nosotros y entre nosotros. ¿Quién anunciará este mensaje de salvación al mundo? Escuchemos en la oración a Jesús que nos pregunta a cada uno: “¿A quién enviaré?” ¿Qué le responderemos? Como dijo Él al Padre: “¡Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad!” (Heb 10, 7). Pero para ello debemos enamorarnos de Jesús que vive en mí. Citando de nuevo al P. Morales: “en cuanto me convenza de que Cristo vive dentro de mí y que soy hijo adoptivo del Padre de los Cielos en Jesús, y que pertenezco ya a la familia de la Trinidad, me hago uno con mis hermanos en la Milicia, en la Cruzada, y entonces ya la conquista del mundo es un hecho”.
3. Las consecuencias de la respuesta: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser reprobado”. El Señor no se cansa una y otra vez de llevarnos al realismo. El mundo se rebelará contra la presencia de Jesús en medio de él. Si seguimos al Señor nos espera el mismo camino que Él: la Pascua: padecer y morir con Cristo para vivir con Él.
Oración final. Madre nuestra Santa María, nadie como Tú ha vivido la presencia de Jesús dentro, y nadie como Tú ha visto hecha realidad la profecía de Simeón: una espada de dolor te atravesará el alma. Enséñanos a descubrir a Jesús en nosotros, entre nosotros, siempre. Y ponnos contigo al pie de la Cruz, para que padeciendo con tu hijo vivamos con Él para siempre. ¡Que nuestra alma viva para alabarle!