Comenzamos el adviento y en la oración de estos días vamos a pedir que se renueve en nosotros la esperanza, porque viene quien puede solucionar todos los problemas. Viene un redentor para este mundo: él será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. ¿Por qué hemos de temer? Por fin vendrá alguien realmente justo, que pondrá a cada uno en su sitio: a los pobres de espíritu en lo más alto de su reino y a los poderosos y enorgullecidos en lo más bajo. Atravesará la justicia con la misericordia y cada uno tendrá claro que ha recibido lo que se merecía.
El que viene traerá la paz: se forjarán arados y podaderas para el trabajo, de las espadas y lanzas de la guerra. Los corazones enquistados y violentos se convertirán en corazones magnánimos y pacíficos. A cada uno le llegará su paz interior si acoge a este Señor.
No podemos desanimarnos sabiendo que viene este Dios hecho hombre. Tenemos que estar alegres. Tenemos que acercarnos a la casa del Señor con cantos de alegría. No puede pasar la oración de hoy sin cantar interiormente y despacio: ¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor! No importa entonar más o menos bien, lo que sí importa es que dejemos que estas palabras penetren en nuestro ánimo y nos hagan pasar un día de júbilo.
El Adviento nos tiene que llevar a un camino de conversión. Tenemos que cambiar para que el Dios hecho hombre pueda entrar en nuestra vida. Así como en Cuaresma pedimos la conversión a base de sacrificios, penitencias y ceniza, en Adviento se nos pide la conversión –el mismo efecto, por tanto- pero desde la alegría de sabernos redimidos. Que la paz, la alegría, la esperanza nos cambien el corazón. Dicen en pedagogía que vale más la miel que la hiel para educar. Dejémonos llenar de este espíritu de adviento para que al recibir a Dios se obre la transformación definitiva del corazón.
Hoy celebramos además a una santa francesa, Santa Catalina Labouré (1806-1876). Hija de la Caridad de san Vicente de Paúl, que estuvo cuarenta y tantos años en un hospital, en medio del anonimato más absoluto, como miles de monjas dedicadas al servicio de los desamparados por amor de Dios: en hospitales, asilos, manicomios, orfanatos, allí donde se sufre, y sin que nadie las conozca.
Nadie sabía que en su juventud, en 1830, en la capilla de la rue du Bac había tenido unas visiones de la Virgen, en las que Nuestra Señora le pedía que se acuñase una medalla con su imagen de cuyas manos saliesen rayos de luz, las gracias que derrama sobre el mundo. Este fue el origen de la «medalla milagrosa».
La Virgen sigue derramando gracias a espuertas por el mundo. Lo sabemos de forma plástica a través de esta monjita. Podemos dedicar también un rato de nuestra oración a dar gracias a Dios por esta vida que se dejó llenar de sus gracias, y hacer deseos de imitarla en esto.
Esquema de oración, por tanto:
- Pedir llenarnos de alegría y paz.
- Meditar en un Adviento pleno de esperanza que nos lleve a la conversión del corazón.
- Dar gracias a Dios por santa Catalina Labouré como modelo de entrega a los más necesitados.
- Desear ser así de generosos y pedir fuerzas a Dios para serlo.