26 noviembre 2011. Sábado de la XXXIV semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Vamos a iniciar estas reflexiones con un texto del Papa Benedicto XVI de la Exhortación Apostólica VERBUM DOMINI (de 30 de septiembre de 2010) sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. Este párrafo lleva por título Realismo de la Palabra:

Quien conoce la Palabra divina conoce también plenamente el sentido de cada criatura. En efecto, si todas las cosas «se mantienen» en aquel que es «anterior a todo» (Col 1,17), quien construye la propia vida sobre su Palabra edifica verdaderamente de manera sólida y duradera. La Palabra de Dios nos impulsa a cambiar nuestro concepto de realismo: realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo. De esto tenemos especial necesidad en nuestros días, en los que muchas cosas en las que se confía para construir la vida, en las que se siente la tentación de poner la propia esperanza, se demuestran efímeras. Antes o después, el tener, el placer y el poder se manifiestan incapaces de colmar las aspiraciones más profundas del corazón humano. En efecto, necesita construir su propia vida sobre cimientos sólidos, que permanezcan incluso cuando las certezas humanas se debilitan. En realidad, puesto que «tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo» y la fidelidad del Señor dura «de generación en generación» (Sal 119,89-90), quien construye sobre esta palabra edifica la casa de la propia vida sobre roca (cf. Mt 7,24). Que nuestro corazón diga cada día a Dios: «Tú eres mi refugio y mi escudo, yo espero en tu palabra» (Sal 119,114) y, como san Pedro, actuemos cada día confiando en el Señor Jesús: «Por tu palabra, echaré las redes» (Lc 5,5). (nº 10)

PRIMERA LECTURA: Al profeta Daniel le preocupa saber el sentido de las cuatro bestias, sobre todo la cuarta, la más terrible, que parece que lucha contra los santos y los derrota.

Hay que recordar que el libro está escrito para que lo lean quienes sufren la persecución de Antíoco, en tiempos de los Macabeos, en el siglo II antes de Cristo. El último rey, que blasfema y es cruel y se deshace de los que le estorban, sólo durará tres años y medio, la mitad de siete, la mitad del número perfecto, por tanto, un número fatal para él. Entonces el Altísimo lo aniquilará totalmente, "y el poder real será entregado al pueblo de los santos, y será un reino eterno". La lección del autor es dar ánimos, infundir esperanza, porque la última palabra no la tiene Antíoco que quiso "aniquilar a los santos y cambiar el calendario y la ley". Antíoco prohibió la celebración del sábado y las fiestas judías, e impuso un calendario helénico, pagano (símbolo de la paganización de las costumbres). La enseñanza es que Dios sale victorioso en la lucha contra el mal. Y los que han sido fieles, reciben la corona de la gloria. Nosotros, unidos a Cristo Jesús también saldremos victoriosos de las luchas y dificultades y recibiremos la corona de gloria.

SALMO (Daniel 3, 82-87): Toda nuestra vida se ha de convertir en una continua alabanza del Nombre de Dios. Si toda la naturaleza es invitada a cantar alabanzas al Señor bendiciendo su Santo Nombre, más aún se han de escuchar nuestras voces humanas. De un modo especial los sacerdotes, los siervos del Señor, las almas y espíritus justos, los santos y humildes de corazón han de vivir unidos en todo momento al Señor, pues su vida, de modo eminente, está en manos del Señor, y Él está realizando continuamente su obra de salvación mediante ellos. Estamos llamados a la felicidad de alabar y bendecir el Nombre de Dios eternamente, empezando ya en nuestra vida terrena.

EVANGELIO: Llamada a velar y orar para poder comparecer seguros ante el Hijo del hombre. No obstante, este desapego de lo temporal y el ponernos en marcha, cargando nuestra propia cruz, tras las huellas de Cristo, no es obra del hombre, sino la obra de Dios en el hombre. Por eso, al tiempo que hemos de estar vigilantes para no dejarnos sorprender por las tentaciones, ni deslumbrar por lo efímero, hemos de orar pidiendo al Señor su gracia y la asistencia de su Espíritu Santo para que podamos caminar en el bien, con los pies en la tierra y la mirada puesta en el Señor, porque Dios quiere estar siempre con nosotros. Que nuestro corazón diga cada día a Dios: «Tú eres mi refugio y mi escudo, yo espero en tu palabra» (Sal 119,114).

ORACIÓN FINAL: Concédenos, Señor, por intercesión de la Virgen María, hacernos dignos de participar, como ella, de la plenitud de tu gracia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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