Una festividad entrañable para nosotros: Nuestra Señora de Lourdes. Y a los pies de su imagen, en la gruta de Massabielle, vamos a extasiarnos contemplándola, admirándola, amándola.
Decía acertadamente Pablo VI que el cristianismo no es la religión de María, pero tampoco es la religión sin María. Sin Ella no podemos concebir a Cristo, no hubiera tenido lugar el encuentro de la naturaleza humana y divina en una persona, nos costaría entender la grandeza de lo sencillo.
«Inspice, et fac secundum exemplar quod tibi in monte monstratum est», « Mira, y realiza todo conforme al modelo que se te mostró en el monte” (Ex 25, 40). Así aconseja Yavé a Moisés. Y así nos dice Jesús en nuestro rato de oración refiriéndose a María, su Madre, según nos mostró en el monte del Calvario.
María, modelo de Virgen oyente, que acoge con fe la palabra de Dios: fe, que para ella fue premisa y camino hacia la Maternidad divina, porque, como intuyó S. Agustín: "la bienaventurada Virgen María concibió creyendo al (Jesús) que dio a luz creyendo".
María, modelo de Virgen orante. A través de su Magníficat María abre su espíritu en expresiones de glorificación a Dios, de humildad, de fe, de esperanza. Por ello este cántico de la Virgen, al difundirse, se ha convertido en oración de toda la Iglesia en todos los tiempos. Virgen orante en Caná y, sobre todo, en Pentecostés.
María, modelo de Virgen Madre. Ella, por su por su fe y obediencia engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, sin contacto con hombre, sino cubierta por la sombra del Espíritu Santo: prodigiosa maternidad constituida por Dios como "tipo" y "ejemplar" de la fecundidad de la Virgen-Iglesia, la cual se convierte ella misma en Madre, porque con la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos, concebidos por obra del Espíritu Santo, y nacidos de Dios.
Y, finalmente, María modelo de Virgen oferente. La Iglesia ha percibido en el corazón de la Virgen que lleva al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor (cf. Lc 2, 22), una voluntad de oblación que trascendía el significado ordinario del rito. De dicha intuición encontramos un testimonio en el afectuoso apóstrofe de S. Bernardo: "Ofrece tu Hijo, Virgen sagrada, y presenta al Señor el fruto bendito de tu vientre. Ofrece por la reconciliación de todos nosotros la víctima santa, agradable a Dios".
La misión maternal de la Virgen nos anime a dirigirnos con filial confianza a Aquella que está siempre dispuesta a acogernos con afecto de madre y con eficaz ayuda de auxiliadora. “Virgencita de Lourdes, Consoladora de los afligidos, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, sé nuestro consuelo en la tribulación, alivio en la enfermedad, fuerza liberadora en el pecado. Porque Tú, María, eres la abanderada de nuestra Milicia”.