Hoy nuestro rato de oración no debería ahorrarse el primer paso que dice san Ignacio para el que se acerca a la capilla a orar, a saber: [nº 75] 3ª addición. Un paso o dos antes del lugar donde tengo de contemplar o meditar, me pondré en pie, por espacio de un Pater noster, alzado el entendimiento arriba, considerando cómo Dios nuestro Señor me mira, etc., y hacer una reverencia o humiliación. Y por espacio de un Pater noster, qué mejor que rezar un Pater noster despacito, y luego ya en el sitio de la oración seguir con el ofrecimiento de obras y la invocación al Espíritu Santo.
Tenemos que dar las gracias a aquellos discípulos que le dijeron al maestro “enséñanos a orar”. Benditos alumnos que preguntan a sus profesores para aprender de corazón. Y Jesús, encantado de aquella petición, se lanza a sentar cátedra. En primer lugar se descuelga con un aviso. Parece que antes de verbalizar por primera vez en la historia humana las palabras del padrenuesto tenía que desmontar de nuestra cabeza una forma de orar que impide ponerse en contacto de verdad con el Dios al que queremos comunicarnos.
Tendremos que prestar atención también nosotros, hoy en pleno siglo XXI, no sea que caigamos en los mismos errores de entonces. Dice Jesús: “Cuando recéis no uséis muchas palabras…” Claro, es que si usamos muchas palabras no dejamos hablar a Dios. Son necesarias muy pocas palabras… Las del padrenuestro y nada más, luego diremos porqué. Preocupados por qué decir y cómo decirlo resulta que nos da dolor de cabeza y no hemos hecho más que palabrear. No podemos llegar a la oración a llenarla con oraciones hechas o escritas por otros y repetirlas cientos de veces. Aturulla el alma y no permite escuchar a Dios que es lo que interesa.
Ojo, que no queremos decir nada en contra de recitar salmos o rezar el rosario u otras oraciones muy necesarias para otros momentos del día o para crear un clima de oración. Pero de lo que se trata en un rato de oración es de, sobre todo, escuchar a Dios.
Y quien dice de no usar muchas palabras también puede decir de no usar muchas imágenes. ¡Cuántas imágenes de películas, revistas, powerpoints, etc., incluso de cosas buenas nos pueden despistar de lo central! A la oración hay que ir, ya sabemos con el corazón ardiendo, pero con la mente fría, vacía de nuestras mil palabras e imágenes que conocemos, pero que nos obsesionan con nuestros propios parámetros y no nos dejan conocer las palabras y las imágenes que Dios nos quiere sugerir ese día.
Y después de este aviso de Jesús, que aceptamos, ya vacía nuestra mente de todo deseo de “controlar” la oración, nos disponemos ahora a escuchar el resto de la lección: “Cuando oréis decid así…” Y volvemos a decir más despacito todavía que al principio, como si lo dijera el propio Jesús, otro Pater noster. Sí, rezando como por anhélitos, que diría el santo padre Ignacio de Loyola. En cada palabra una respiración, en lugar de en cada respiración mil palabras.
Y es que, el padrenuestro, recoge lo esencial de nuestra fe: alabamos a Dios, como Dios manda ;-) y le pedimos exactamente lo que necesitamos para nuestra salvación. ¿Para qué más?
Por cierto, si alguno al empezar a rezar, se queda parado en el primer anhélito: ¡Padre!... no hace falta que siga ya más adelante. Si allí haya gracia, allí se quede… Y saber que a nuestro Dios, al que otros llaman el Terrible, y otros el Innombrable, y otros el Justiciero, nosotros le llamamos PADRE, ya es suficiente para disfrutar escuchando lo que él mismo nos quiera sugerir y decir: “Te amo…”, “eres mi niño pequeñín…”, “no temas…”
¡Feliz rato de oración!