Petición: Señor, dame un corazón pobre.
Ideas: La carta del apóstol Santiago es de una actualidad impresionante. Uno no puede menos que leerlo y pensar que hoy, como ayer, hay favoritismos con los ricos y se machaca a los pobres. Que los poderosos de este mundo llegan a imponer su propia ley. Que en todos los ámbitos el dinero abre muchas puertas... pero que todo eso no tiene nada que ver con el estilo de Dios.
Porque, como nos dice el salmo, si el pobre, el que está afligido, invoca al Señor, Dios lo escucha.
Y es que no acabamos de creernos que los preferidos de Dios son los pobres. Son las prostitutas, los borrachos, los drogadictos, los cobardes... son todos esos que necesitan más amor. Y Dios sigue rechazando a quien se vanagloria en su poder, en su dinero, en sus talentos, en su fortaleza.
Dios hace las cosas con otro estilo.
Es un mesías, sí. Pero ser mesías implica que tiene que padecer y que van a ejecutarlo. Implica ser radicalmente pobre.
Y como su estilo es distinto al nuestro, Pedro, representando nuestro sentido común, se pone a corregirlo y a decirle que ha de ser de otra forma, que la evangelización debe ser mucho más razonable. Que habrá que contar también con los poderosos de cada tiempo. Del suyo y del nuestro.
Pero Cristo sabe que ese no es el estilo de Dios, sino el del mundo, el de Satanás. Que Pedro piensa como los hombres y no como Dios.
Oramos: Debo darle muchas vueltas a esto para que no se me pegue el estilo del mundo. Porque, ¿no me pasará también a mí que prefiero ser poderoso, tener dinero, evangelizar por los medios de la persuasión terrenal? Y corro el riesgo de que ese camino me aleje de Dios.
No, Señor, yo también quiero ser pobre, pequeño, humilde. Como nos enseñó Abelardo, quiero presentarme ante ti con mis manos vacías, para que tú las llenes con tu misericordia, con tu amor, con tus llagas.
Y repito despacio el salmo entero 'Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha'.
Escúchame, Dios mío, en mi pequeñez, en mis necesidades, en mi pobreza. Mira mis miserias, es lo que puedo ofrecerte.
Y siento como Dios me invita a dejar de mirarme a mí mismo, incluso a mis pecados, y a mirarle sólo a él. Porque el verdadero pobre de espíritu es el que ha puesto su mirada sólo en Dios. Y contempla su rostro, y queda radiante.
Coloquio final: Hablo con el Padre, como hacía Jesús. Te bendigo, Padre, porque has revelado estas cosas a los pequeños de la tierra y se las has escondido a los grandes y sabios.
Termino rezando un Padre Nuestro.