8 febrero 2012. Miércoles de la quinta semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

“Llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: “Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace al hombre impuro. El que tenga oídos para oír que oiga”.

En el contexto Jesús se está refiriendo a los alimentos y al contacto con personas enfermas o pecadoras, se les consideraba también impuros. Las personas que le escuchan, aunque muy atentas, no entienden lo que quiere decir.

Más tarde los discípulos le pidieron que les explique esta parábola. ¿Quién mejor que Él lo puede hacer?

“¿Tan torpes sois también vosotros? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón sino en el vientre, y se echa en la letrina. Con esto declaraba puros todos los alimentos”.

“Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfrenos, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”.

En esta larga enumeración de pecados, que nacen en el corazón del hombre, descubre el origen de su envilecimiento y humillación. El Señor no puede ser más claro y directo.

Es una llamada apremiante a pasar de las apariencias de las cosas y de las personas al fondo del propio corazón.

¡Cuánto esfuerzo por mantener el cuerpo sano, sometiéndole a una ascesis por medio de una alimentación exquisita, controlando las calorías para no engordar y esas sesiones casi diarias en el gimnasio para mantenerse en forma! Esforzarse para que no aparezca ni una arruga en nuestra piel y mantenerse en la “eterna juventud”. Este es el reflejo de la pureza legal que los fariseos buscaban en tiempo de de Jesús.

¿Olvidamos a veces que es el corazón donde se generan todas las maldades. Del pensamiento pasan al corazón y luego, sin fuerza de voluntad para obrar el bien, me dejo arrastrar poniéndolas por obra. ¿Quién está libre de todas estas impurezas que anidan en nuestro interior? ¿Seré capaz de ir descubriendo por medio del examen de conciencia diaria, cuál de todas ellas maldades es la raíz que contagia a veces mi forma de vivir? Me dijo llevar de la apariencia de las cosas, que a veces brillan pero no alumbran. Todo lo contario contagian la desesperanza.

Debo de pedir la gracia a Cristo y su Madre para conozca esa raíz o defecto dominante que me hace impuro a los ojos de Dios y no respeto la dignidad del hermano.

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