Oh, Señor, quiero hacerme semejante a Ti.
Iniciamos nuestra oración haciendo presente al Señor a nuestro lado. A través del Evangelio de hoy lo vemos como juez al final de los tiempos. Caemos en la cuenta que los que se salvan lo hacen por hacer buenas obras y los que se condenan, se condenan por no hacer esas buenas obras. Es decir que los que se condenan no lo hacen por hacer obras malas, cometer pecados, sino por no hacer el bien; su pecado es un pecado de “omisión”. Por lo tanto no basta con ser el cristiano bueno que cumple con los preceptos de la Iglesia y nada más; es necesario mojarse por Cristo e implicarse más de lleno en la redención de los hombres.
Cuando Dios decide hacer la redención del género humano, podría haberlo hecho con un sencillo gesto o incluso con una sola palabra; pero decidió hacerlo danto toda su sangre, con muchísimo sufrimiento, hasta la última gota. Además decide dejarla “incompleta” para que tanto tú como yo, la completemos.
A simple vista se ve que la redención de los hombres no está terminada: abunda el pecado, el sufrimiento, la desesperación y la muerte. “El sudor y el esfuerzo que el trabajo necesariamente comporta en la actual condición de la humanidad ofrecen al cristiano la posibilidad de participar en el amor y la obra que Cristo vino a llevar a cabo.” … “Soportando el cansancio del trabajo en unión con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora de alguna manera con el Hijo de Dios con la redención de la humanidad.” (Juan Pablo II)
Con tu estudio ofrecido y tu trabajo de hoy vas a colaborar con Cristo en la salvación de muchas almas; por ello no puedes hacer trampas en tu estudio, tu trabajo va a estar unido a la sangre de Cristo y vas a ir completando esta obra que Él quiso dejar incompleta.
Termina tu oración ofreciendo a Dios todo lo que hoy te va a costar hacer: tu estudio y tu trabajo.
Señor, haz que por mi trabajo ofrecido muchas almas encuentren la salvación, sé que no valen mucho, pero unidos a tu sangre tienen valor infinito.