18 febrero 2012. Sábado de la sexta semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Marcos 9, 2-13

Al empezar la oración pedir luz al Espíritu Santo, ponerme en la presencia de Dios siendo consciente ante quien estoy y qué voy hacer para que ese encuentro con Él sólo sea, como todo el día, ordenado en su servicio y alabanza.

Es en Galilea, en el bello monte Tabor, donde Jesús se trasfigura ante sus tres discípulos. Y, desde la nube –símbolo de la presencia de Dios- se escucha una voz, la misma voz que se había escuchado en el Bautismo de Jesús. Si en el Jordán, la voz del cielo había dicho: Tú eres mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto; ahora en el Tabor dice: “Este es mi Hijo, a quien yo quiero, escuchadlo”. Casi las mismas palabras, pero añadiendo ahora algo muy importante: escuchadlo.

Escuchadlo: éste es el fundamento, el punto de partida de la fe cristiana. Después vendrán los Dogmas, la teología, los catecismos… Pero lo primero, el arranque de la fe, es la escucha de la voz de Dios que nos ha hablado definitivamente por su Hijo predilecto. Podemos decir: ¿De qué nos sirven los dogmas, las discusiones teológicas, la fe del carbonero, si no escuchamos a la Palabra de Dios que se ha hecho carne? Este es el inicio y el núcleo más importante de nuestra fe cristiana.

Si esto es así, debemos preguntarnos: ¿Buscamos esa experiencia profunda de Dios, que nos habla a través de su Palabra, hecha carne? ¿Qué espacio dedicamos cada día a lo largo del mes, a buscar esa presencia cálida de Dios que nos hable al corazón? Los caminos pueden ser distintos pero para nosotros que estamos en medio del mundo debemos empezar por un rato dedicado a Él sólo que nos preparará el corazón para escucharlo en cualquier actividad que debamos realizar a lo largo de nuestra jornada, pues es en medio del mundo el lugar teológico donde Dios quiere manifestarse a cada uno de nosotros. Si no tenemos a Dios en lo profundo de nuestra alma, en vano lo encontraremos fuera de nosotros.

Lógicamente este encuentro con Dios no es para quedarse inactivos. Siempre tendremos el peligro de Pedro de refugiarnos en una interioridad que no conduce ni compromete a nada. La voz de Dios nos llama a salir de nuestra comodidad, de nuestras seguridades y componendas. Nuestra fe es una escucha, una llamada a salir fuera de nosotros mismos pero siempre en el nombre de un Dios misericordioso que está con nosotros.

Al final de la oración no olvidarnos de darle gracias a Dios Padre por las gracias recibidas, por su luz y por su fuerza, y a la vez pedir perdón por tantas veces como he cerrado el oído para no escuchar sus palabras de salvación.

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