12 febrero 2012. Domingo de la sexta semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Primera lectura: Esta lectura recuerda las prescripciones de la Ley con respecto a la lepra. Se trata de medidas muy severas que obligaban al enfermo a vivir solo, fuera de la comunidad, descuidando su aspecto externo durante su enfermedad, y a gritar «¡impuro, impuro!» cuando alguna persona se le acercaba.

Es cosa sabida que el Antiguo Testamento presenta la lepra no sólo como el azote más terrible que puede existir, sino que la considera además como una impureza legal.

En el Antiguo Testamento se relacionan enfermedad y pecado, a veces hasta el punto de que Cristo tiene que insistir para que no siempre se afirme esta vinculación. En el Antiguo Testamento, la lepra es considerada como el tipo mismo del castigo divino (Dt 28, 35). Hay que señalar que el recalcar esa unión entre enfermedad y pecado no es exclusivo del pueblo del Antiguo Testamento, sino que otras muchas culturas interpretan de igual manera la enfermedad. En este pasaje leído hoy, obviamente no se trata de buscar clasificarnos en puros e impuros, sino en hacernos ver por una parte lo que es el pecado que aparta, aísla, da tristeza, y por otra, el poder de Dios que cura, une a los demás, da alegría.

Salmo responsorial: Es una acción de gracias, de saberse perdonados y acogidos amorosa y gozosamente por Dios, tras el reconocimiento y el arrepentimiento por el pecado cometido. La estrofa final llama a la alegría, el gozo, el júbilo y la aclamación al Señor por su amor misericordioso.

Segunda lectura: San Pablo concluye el largo estudio sobre el problema de las carnes inmoladas a los ídolos que después eran llevadas a la mesa, con unas directrices sencillas y claras: la primera y principal norma es que se busque en todo la gloria de Dios: (Podemos recordar de Col. 3,17:“Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier coca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por Él a Dios Padre”; así pues, aun las cosas más triviales, deben ser para gloria de Dios”); la segunda, no dar ocasión de escándalo al prójimo en el proceder o actuar, sino edificar en la caridad; y finalmente, San Pablo se refiere a su propio proceder: no busca su comodidad, gusto o interés, sino el bien de los demás: “Para que se salven”. San Pablo, porque sigue el ejemplo de Cristo, es ejemplo para sus hermanos.

Evangelio: El encuentro de Jesús con el leproso, que suplicante y de rodillas le pide la curación, refleja la total novedad de la conducta de Cristo con respecto al comportamiento veterotestamentario y rabínico. Jesús deja que el leproso del Evangelio se le acerque y hace algo impensable para un judío: lo toca. Jesús es precisamente el Salvador enviado por Dios, es el médico bueno que no sólo se preocupa de los enfermos del alma (los sanos no necesitan médico: Mt 9,12), sino que indica, al tocar al leproso, que no tiene miedo al contagio; más aún: toma sobre sí conscientemente la enfermedad del hombre y sus pecados. Mateo cita las palabras del Siervo de Dios: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades» (Mt 8,17; Is S3,4). Y cuando el leproso queda limpio, Jesús le ordena, para cumplir lo que manda la ley, que se presente ante el sacerdote, que ha de constatar la curación. «Para que conste» significa dos cosas: para que sepan que puedo curar enfermos y para que vean que no elimino la Ley sino que la cumplo.

La curación de los leprosos es un signo Mesiánico: si la lepra llegó a ser símbolo de miseria corporal y espiritual, de dolor y de pecado, no es extraño que Jesús, como signo de su misión redentora, realice con frecuencia el milagro de curar leprosos (Mt 8, 1; Lc 17, 11); y presente estas curaciones por Él obradas como testimonio de que se inicia la Era Mesiánica, la Era del perdón del pecado y de la efusión de la Gracia: 'Los ciegos ven, los leprosos quedan limpios, se anuncia el Evangelio a los pobres' (Mt 11, 5).

ORACIÓN FINAL:

Oh Dios, que en tu providencia admirable has querido asociar a la Virgen María al misterio de nuestra salvación, haz que, fieles a su consejo, pongamos en práctica todo lo que Cristo nos ha enseñado en el Evangelio. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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