Nos encontramos en el ecuador de la santa Cuaresma. Y me ha parecido oportuno traer a nuestra oración algunos textos de san Juan de Ávila, del que tan enamorado estaba nuestro querido Abelardo, y que en muchísimas ocasiones exponía en sus puntos de meditación. Son una invitación a la confianza, a contemplar el Corazón de Cristo y entrar en él, meditando su pasión: "Con una sosegada y sencilla vista, mirad su sacratísimo Corazón, tan lleno de amor para con todos, que excedía tanto a lo que de fuera padecía, aunque era inefable, cuanto excede el cielo a la tierra".
La mirada contemplativa al Corazón de Cristo en cruz se convierte en llamada de amor. Nos describe el santo los detalles de la crucifixión para hacer resaltar su amor, en un texto que tanto gustaba citar Abelardo:
"¡Oh maravillosa y nueva virtud! ¡Lo que no hiciste desde el cielo servido de ángeles, hiciste desde la cruz acompañado de ladrones! Y no solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes, nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes reclinada, para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados, siendo tú el ofendido; los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas; los pies clavados, para esperarnos y para nunca poder apartarte de nosotros. De manera, que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón".
Hemos de hacer esta contemplación entrando en el Corazón del Señor, y a ello nos invita san Juan de Ávila con expresiones diversas: "Ya abrió Dios sus entrañas y Corazón. Por aquel agujero del costado puedes ver su Corazón y el amor que tiene. Ábrele el tuyo y no esté cerrado". Y, pues, Jesús "no se contentó con padecer en lo de fuera, sino amando de Corazón"; hemos de entrar en ese Corazón para mirarlo y para imitarlo. Puesto que quedó abierto su Corazón sagrado, como invitándonos a mirar las hermosuras que contiene dentro de sí, entremos en él descubriendo que Cristo "tendió sus brazos para ser crucificado, en señal que tenía su Corazón abierto con amor". "Ya abrió Dios sus entrañas y Corazón. Por aquel agujero del costado puedes ver su Corazón y el amor que tiene. Ábrele el tuyo y no esté cerrado".
Este amor pide amor de entrega generosa. Es como horno de amor que reclama amor de retorno, "un «sí» de todo nuestro corazón". Cristo vino a traer fuego, "para que tomando nosotros de aquella leña de la cruz, encendiésemos fuego y nos calentásemos, y respondiésemos a tan grande Amador con algún amor, mirando cuán justa cosa es que seamos heridos con la dulce llaga del amor, pues vemos a El no sólo herido, mas muerto de amor".