Hacemos nuestro tiempo de oración desde la Palabra de Dios. Buscamos la conversión cuaresmal.
Y hoy Jesucristo nos habla del amor de Dios como conclusión de la nueva ley del sermón de la montaña. El amor pide perfección, es decir es dinámico; de ahí el amor a los enemigos. En las lecturas de hoy encontramos varias expresiones de esa tensión del amor. Moisés exige una entrega total al pueblo de Israel: “con todo el corazón y con toda el alma”. Esta expresión nos remite a la oración cotidiana de Israel, el “shema”: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser (así lo recuerda también el evangelio en Mt 22 hablado del mandamiento principal). También a Dios se le busca de todo corazón (salmo). Y por fin el salmista hace el propósito de alabar a Dios con sincero corazón.
Todo esto nos invita en este día a examinar nuestra oración para que surja de un corazón sincero y configure nuestra vida. El modelo de esta vida es nada menos que Dios, el Padre que ve en lo secreto. Él ama a sus enemigos como vemos en Jesús, trasparencia del Padre, y nos ayuda a vivir así, como vemos en tantas manifestaciones de su gracia (san Esteban protomártir otro Jesús,…).
El texto del evangelio de hoy que es conclusión del sermón de la montaña tiene su paralelo en Lucas con un cambio significativo que nos invita a profundizar en lo meditado anteriormente: el “ser perfectos” se expresa como “ser misericordiosos”. La madre Teresa nos definía el amor como dar hasta que duela; y el amor que Dios nos pide es exigente.
¡Madrecita mía en la fe, que crea en el amor de Dios para conmigo!