Petición: Señor, siembra en mí verdaderas esperanzas, hazme sembrador de esperanzas.
Ideas: ¿En quién pongo yo mis esperanzas? ¿Qué espero yo de la vida? ¿Cuál es la razón de mi esperanza?
El mundo que nos parece ahogar en la desesperanza. Una desesperanza que nace de su propia esencia materialista que parece decirnos: No esperes más, no hay nada más, esto es todo. No hay nada que esperar.
El pesimismo se apodera del corazón y lo corroe con fuerza, porque la realidad de lo que da de sí la vida, lo que da de sí el hombre, nos rompe: muerte, asesinato, terrorismo, miedos, violencia, mediocridad…
¿Quién nos salvará? ¿A quién levantaremos la mirada?
Entonces la Palabra de Dios nos llega con una verdadera esperanza:
Seré para Israel como rocío, florecerá como azucena, arraigará como el Líbano. Brotarán sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma como el Líbano. Vuelven a descansar a su sombra: harán brotar el trigo, florecerán como la viña; será su fama como la del vino del Líbano.
Pero es una salvación que no nos viene de los hombres:
No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos.
Ni políticos, ni sindicalistas, ni falsos mesías de un lado u otro del Atlántico… No nos salvará Asiria.
Ni nos salvará su esquema de valores. La salvación no está en el dinero, en el poder, en el placer, en el éxito, en el triunfo, en la técnica, en el mundo de la fama, de las estrellas que brillan para que les vean y no para alumbrar…
La salvación está en la cruz. En el desprecio, en la humildad, en el sufrimiento… ¡en el amor!
Para orar: Nos metemos en la escena del Evangelio y observamos la escena. Nos metemos en el diálogo, ¿Cuál es el mandamiento más importante? ¿Qué es lo que quiere el Señor de nosotros? ¿Qué espera Dios de mí?
Nunca me lo había preguntado así, Señor. Siempre pensé sobre lo que yo esperaba de Dios, cuáles eran mis esperanzas y cómo Dios las cubría. Pero nunca pensé en qué espera Dios de mí, cómo quieres que yo viva.
Sé bien cuáles son los principales mandamientos del mundo, y sus dioses. El dinero y el poder. Con ellos te tentó el demonio en el desierto. Eso es lo que espera el mundo.
Y oigo la respuesta del escriba. El amor, a Dios y al prójimo es la única ley.
¿Vivo yo desde el amor? ¿o vivo desde los criterios y esperanzas del mundo?
Coloquio: Hablo con Jesús, cuando me quedo a solas con él. ¿Cuál es el amor de mi vida? ¿A qué dedico mis fuerzas, mi tiempo, mi esperanza? Señor, quiero que tú seas el amor de mi vida, y quiero seguirte a ti, pobre y humilde, camino de la cruz.