Van pasando los días de la Cuaresma y ya nos vamos acercando a la Semana Santa de modo vertiginoso. La Liturgia de la Iglesia nos proponía al comienzo de este tiempo recorrer la “escalada cuaresmal” pues de eso se trata, de una ascensión progresiva hacia la cumbre del Calvario. En ella, al igual que en las ascensiones de montaña, es necesario el esfuerzo, la ascesis y el desprendimiento de todo aquello superfluo, para llegar a la cumbre Esta no es otra que la identificación con Jesucristo, y este crucificado.
La Iglesia nos proponía tres medios para vivir con fruto esta cuarentena: la práctica de la limosna, la oración y el ayuno. Además de estas prácticas, en las cuales uno participa como sujeto activo (yo hago limosnas, hago oración o ayuno), también una manera de identificarse con Jesucristo crucificado es permanecer como Su madre al pie de la cruz. Es esta una forma de ascesis complementaria a la anterior y, quizás, más segura, puesto que no somos nosotros los que elegimos y medimos nuestras fuerzas, sino que nos adherimos a las cruces que Él nos manda.
Para el Padre Morales, permanecer al pie de la cruz del Señor es también aceptar las propias cruces, es “aceptar con amor los sufrimientos pequeños o grandes, pasajeros o persistentes” “desapareciendo en las monótonas obligaciones de cada día” sin renegar de ellas. En un mundo que vive obsesionado por el bienestar, esclavizado por la búsqueda del placer y el éxito, el creyente es tentado contra este estilo de vida que es el de Jesús pobre y obediente. Porque, además, ni siquiera es un estilo de ascesis llamativo. No es una santidad brillante, todo lo contrario. Es el estilo de santificación de la Virgen que “se sabe ocultar siempre sin llamar la atención nunca”.
En estos últimos días que nos quedan de la Cuaresma, pidámosle a la Madre que nos conceda la gracia de entrar por este camino de santidad, el de aceptar nuestras pequeñas cruces de cada día, preparándonos para cuando llegue el momento de permanecer al pié de la cruz del Señor, junto a Ella.