“Sólo os pido que le miréis”
Iniciamos nuestra oración poniéndonos en presencia del Señor de una forma muy concreta: nos postramos delante de un gran crucifijo y miramos el rostro de Cristo. Si alguno, porque la capilla en que estás lo permite, puedes hacerlo de forma real.
La primera lectura es muy sugerente. Es un episodio más de la historia del pueblo elegido, una vez más, por un momento de cansancio en el camino, el pueblo se rebela contra Dios. Dios decide castigar al pueblo y le manda unas serpientes que les muerden y mueren. Ellos, aterrorizados se vuelven a Moisés y le piden que les libre de esa desgracia. Dios se apiada de su pueblo y manda hacer un estandarte con una serpiente levantada en medio del campamento: aquel que es mordido por una serpiente mira el estandarte y queda curado en el momento.
Los pecados son las serpientes que nos muerden y nos hacen morir a la gracia y Dios ha puesto a su Hijo en una cruz para que mirándole, quedemos curados del pecado. Dios sólo nos pide que le miremos.
Mirar a Cristo es esencial en nuestra oración, fíjate en el cristo que tienes delante: “los pies tiene clavados para esperarte, los brazos abiertos para abrazarte, la cabeza inclinada para darte besos de amor y el corazón abierto para alimentarte con su sangre”. ¡Se le puede pedir mayor amor!
“Ante ti cuelga el Salvador en la cruz porque se hizo obediente hasta la muerte en la cruz. Tu salvador cuelga ante ti en la cruz, desnudo y solo, porque él ha escogido la pobreza. Tu salvador cuelga ante ti con el corazón abierto. Él ha derramado la sangre de su corazón para ganar el tuyo. Si quieres seguirle en santa pureza, tu corazón tiene que estar libre de todo deseo terreno. Los brazos del crucificado están extendidos para atraerte hasta su corazón. Él quiere tu vida para regalarte la suya. ¡Salve, santa cruz, nuestra única esperanza!
“Queridos jóvenes, ¡dejaos atraer por la fascinación de Cristo! Contemplando su rostro con los ojos de la fe, pedidle: “Jesús, ¿qué quieres que haga yo contigo y por ti?”. Luego, permaneced a la escucha y, guiados por su Espíritu, cumplid el plan que él tiene para cada uno de vosotros. Preparaos seriamente para construir familias unidas y fieles al Evangelio, y para ser sus testigos en la sociedad. Y, si él os llama, estad dispuestos a dedicar totalmente vuestra vida a su servicio en la Iglesia como sacerdotes o como religiosos y religiosas. Yo os aseguro mi corazón” (Benedicto XVI)
Terminar la oración con un coloquio con Cristo crucificado ofreciéndote para estar bajo su bandera y no te olvides de mirarle siempre que puedas.