29 marzo 2012. Jueves de la quinta semana de Cuaresma – Puntos de oración

“Mira con amor a los que han puesto su esperanza en tu misericordia”. Las oraciones de la liturgia nos ayudan a rezar: esta súplica de la oración colecta de la Misa de hoy nos da la clave para iniciar nuestra oración. Pedimos al Padre que mire con amor a los que no tienen más recurso que su misericordia y su bondad. ¿Dónde ponemos nuestra esperanza? ¿En nuestras fuerzas? ¿En nuestras cualidades o en las de otros? Esta oración sencilla nos lleva al centro del evangelio: nuestra esperanza descansa en la misericordia de Dios, pues somos pecadores, pero Dios es “rico en misericordia” (Ef 2,4). Entonces, en lugar de presentarle a Dios nuestros méritos, descubrámosle nuestra miseria para atraer su misericordia y alcanzar así la conversión que estamos pidiendo en este tiempo de cuaresma. Meditemos este pensamiento de los Padres de la Iglesia:

"Dios es misericordioso y no escatima su perdón. El cúmulo de tus pecados no superará la grandeza de la misericordia de Dios; la gravedad de tus heridas no superará la habilidad del supremo Médico, con tal de que te abandones a él con confianza. Manifiesta al Médico tu enfermedad, y háblale con las palabras que dijo David: “Reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado". Así obtendrás que se hagan realidad estas otras palabras: “Tú has perdonado la maldad de mi corazón" (San Cirilo de Jerusalén).

“Quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre”. Las lecturas de este día nos presentan a Jesús en discusión con los judíos que no aceptan su testimonio. Jesús hace dos grandes afirmaciones: promete la vida eterna a quienes guarden su Palabra y dice ser anterior a Abrahán: «Os aseguro que antes que naciera Abrahán, existo yo.» Sin afirmarlo explícitamente, Jesús se identifica con Dios. El relato termina con un intento de lapidar a Jesús: “Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo”. Este hecho nos sitúa en las causas históricas de la muerte de Jesús; la pena de muerte era castigo por el delito de blasfemia. Las autoridades judías terminarán condenando a Jesús por hacerse semejante a Dios; como estaban sometidos al poder romano y no podían aplicar sus leyes, conseguirán que Jesús sea condenado por Pilato a una muerte de cruz.

¿Por qué no aceptan el testimonio de Jesús, a pesar de las obras que el Padre le ha concedido realizar a favor de los hombres? Un número del Catecismo de la Iglesia Católica (589) nos ofrece la pista: “Jesús escandalizó sobre todo porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la actitud de Dios mismo con respecto a ellos... Pero es especialmente al perdonar los pecados, cuando Jesús puso a las autoridades de Israel ante un dilema. Porque como ellas dicen, justamente asombradas, "¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?" (Mc 2, 7). Al perdonar los pecados, o bien Jesús blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios (cf. Jn 5, 18; 10, 33) o bien dice verdad y su persona hace presente y revela el Nombre de Dios (cf. Jn 17, 6-26).

Precisamente el capítulo 8 de San Juan se inicia con el episodio de Jesús perdonando a la mujer adúltera y salvándola de morir apedreada. Jesús revela el rostro misericordioso del Padre, pero los fariseos no están dispuestos a aceptar a este Dios que les pide una conversión del corazón abandonando su soberbia y actitud de desprecio hacia los demás.

Pidamos en esta oración una verdadera conversión interior, es decir, tener un encuentro sincero con este Dios misericordioso que se ha encarnado en Jesús y convertirnos nosotros en instrumentos de misericordia, contando a los demás las misericordias de Dios para con nosotros.

Archivo del blog