10 septiembre 2013. Martes de la XXIII semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús que sube a la montaña para orar. Y que elige a sus apóstoles. Pidamos luz al Espíritu Santo para que nos enseñe a orar como Jesús y, para que nos introduzca en su corazón para conocer los criterios de su elección. Podemos tomar como composición de lugar el paisaje de las suaves lomas en torno al lago de Tiberiades.

1. Subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Contemplemos a Jesús, que se nos grabe su figura orante en la retina y en el corazón. Jesús en oración. Una oración tranquila, confiada, sin prisas. ¡Qué contraste con muchos de nuestros ratos de oración! Jesús está a punto de tomar una decisión importante: la elección de los que van a ser sus íntimos. Y quiere elegir a los que quiera el Padre... ¿Acudimos así a Dios en las elecciones importantes?

2. Llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles. Escuchemos a Jesús, que pronuncia el nombre de los que está eligiendo. Penetremos en su corazón. Y contemplemos el rostro de los que han sido escogidos. ¡Qué alegría! ¡A mí, me ha escogido a mí...!, dirían. ¿Qué criterios sigue Jesús a la hora de elegir? Mirando con ojos humanos, si los fijáramos en la noche de Getsemaní, podríamos pensar que Jesús se equivocó de pleno: todos sus discípulos, abandonándole, huyeron... ¿Es que no había otros discípulos mejores...? Y vaya grupo más heterogéneo: unos eran muy jóvenes, como Juan y Andrés, alguno estaba casado, como Pedro, otros eran duros de mollera, como los “hijos del trueno”, otro era un ladrón, como Judas... (Judas... ¿es que no sabía Jesús a quién elegía, cuando pronunció el nombre de Judas?) Está claro que sus criterios no son los nuestros...

El texto paralelo de Mc 3, 13 nos revela: llamó a los que quiso. En castellano el verbo querer, en su doble sentido, traduce bien el original griego: eligió a los que él determinó, y también a los que él amaba. ¡Antes de llamarles ya les amaba! (También a Judas ¡qué misterio éste!) Y los eligió para que estuvieran con él (Mc 3, 14). Hoy Jesús sigue escogiendo entre sus discípulos a quienes él quiere. Para que estén con Él, para que sean sus íntimos. Si somos de los escogidos, ¡qué alegría! ¡Eso sí que es ser agraciado (como decimos, por ejemplo, cuando a uno le toca la lotería): ser elegido por pura gracia...! ¡Menos mal que sus criterios no son los nuestros!

3. Bajó del monte con ellos y se paró en el llano. Después del llamamiento, Jesús baja con los recién nombrados, y sale al encuentro de quienes le buscan. Su oración solitaria en el monte continúa acompañada en el llano. ¿Y la nuestra, se prolonga en la vida a lo largo del día?

4. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades. Y nosotros, ¿a qué venimos a la oración? ¿A hablar o más bien a escucharle? ¿A decirle a Jesús cómo tiene que curarme, o a descubrir mis heridas y mis dolencias ante Él y a abandonarme a sus cuidados?

5. La gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos. Tocar a Jesús. Experimentar su fuerza. ¡Eso lo podemos hacer mejor hoy que los que hace dos milenios acudieron a Él, porque podemos experimentar su tacto no solo por fuera, sino también por dentro, en la comunión!

Contemplar a Jesús. Escuchar a Jesús. Tocar a Jesús. Escuchar mi nombre en sus labios. Experimentar que su fuerza me cura. Ser enviado... También hoy, en este tiempo de oración.

Oración final. Santa María, maestra de oración, Tú que fuiste especialmente elegida por el Señor, y que recibiste un nombre único –la llena de gracia-; Tú que contemplaste a Jesús, que le escuchaste y que le tocaste como nadie, enséñanos a orar: a mirar, a oír y a tocar a Jesús, a dejarnos curar por Él, a escuchar nuestro nombre en sus labios, y a ser enviados al encuentro de los hombres.

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