Este pasaje del Evangelio nos pincha en donde más nos duele, nos hace preguntarnos: ¿es que es pecado ser rico? ¿Es que está mal tener cosas buenas?
Pienso que Jesús no nos habla ni de nuestras pertenencias y cualidades, ni de lo que hacemos o dejamos de hacer en un momento determinado, sino de una actitud de fondo: Por una parte: ¿Qué sentimos por el que no tiene nada?: ¿Incredulidad, rechazo, estorbo, le juzgamos...? ¿U oramos, confiamos, acompañamos...? Por otra: ¿Cómo utilizamos nuestras riquezas? ¿Aprovechamos nuestros dones y personalidad para ayudar a la sociedad e intentarla hacer más feliz transparentando a Dios? ¿Ponemos a disposición de nuestros seres queridos y del prójimo nuestras pertenencias despojándonos de lo que realmente no nos haga falta? ¿O por el contrario nuestros dones nos suben el ego y nos alejan de los demás y de Dios? ¿Construimos murallas para nuestros tesoros o los compartimos exclusivamente para aparentar y alardear?
Preguntémonos mañana en nuestra oración por nuestra actitud sobre Dios, sobre nosotros mismos, nuestras cosas y los demás, para que Dios nos pueda ir contestando, desgranándonos y haciendo que nos descubramos y entendamos a nosotros mismos, y seguir abriéndonos más interrogantes para poder colaborar en su plan salvífico.
Pidámosle a nuestra Madre María saber esperar sin entender, como Ella hizo, para poder actuar conforme al deseo de Dios y así entenderle e irse acercando cada vez más a Él.