En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu que es todo Amor, iniciamos nuestra lectura-meditación. Preparando, junto a Santa María, el corazón para la oración de mañana.
Nos apoyamos en las lecturas del día para alimentar nuestra oración. Cualquiera que lea el inicio de “1 Tim.” se pensaría que hablamos de un santito desde la cuna y “dulzón”. Ciertamente cuando leemos; “Pablo, apóstol de Cristo Jesús por mandato de Dios… a Timoteo verdadero hijo en la fe: gracia, misericordia y paz…” puede dar la impresión de lo que decía. Veamos ahora su contraste; “a mí que antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente”.
Aquí está el contraste y la pauta, hoy, para iniciar nuestra meditación. Insistamos en no juzgar por apariencias (aunque sean tozudas, enormes, constantes); ¿Quién daba un euro por Pablo, el perseguidor? El mismo Pablo reconoce que “Dios tuvo compasión de mí porque no sabía lo que hacía, pues estaba lejos de la fe”. ¿Verdad que estas palabras encajan muy bien en determinadas personas que nos vienen ahora a la mente?
¿Qué gracia especial hace cambiar a éste corazón? ¿Quizás la poderosa intercesión de María y de la Iglesia naciente; en oración constante? Pues era de dominio público que llevaba cartas para apresar cristianos.
Por otra parte llama la atención, la profunda conciencia de su indignidad y de que todo le ha sido dado; doy gracias a Cristo Jesús… que me hizo capaz, se fio de mí y me confió este ministerio… Sin embargo la gracia de Dios sobreabundó en mí… Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero.
¿Podríamos llamar a esta transformación, la gracia de la humildad? Recuerdo al P. Morales cuando nos invitaba a hacer la petición “Madre, una bomba de humildad”.
¡Qué bien enlazamos ahora con el evangelio del día! Y, ¡cómo insiste Jesús en no juzgar a nadie y que seamos humildes! La verdad es que, si para poder juzgar, uno tiene que estar limpio, se nos acabaron las opciones de hacerlo. ¿Quién de nosotros está sin pecado?
Pero volviendo a Pablo, a su profunda conciencia de pecado, podemos pensar que sólo desde ahí abajo (humus-suelo) se pasa a la humildad.
Entonces, ¡Sí!, explota en decir muy alto que “...para que yo fuese el primero en el que Cristo Jesús mostrase toda su paciencia y para que me convirtiera en un modelo de los que han de creer en él y tener vida eterna”.
Enseguida nos viene a la memoria nuestra madre María. Ella, desde un principio, reconoce que “se ha fijado en la humillación de su esclava” y que por eso “desde ahora me felicitarán todas las generaciones”.
A Ella, reina de la humildad, dejamos nuestro corazón. Para que lo vaya asemejando a su Hijo.