3 septiembre 2013. Martes de la XXII semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

1. El Día del Señor vendrá como un ladrón.

¿Has vivido la experiencia de que alguien te robe algo? Yo, sí. Me han quitado el reloj, un sobre con dólares…Tengo amigos a los que le han sustraído –sin que se enteren- el celular, las llaves, el ordenador…¡Cuando menos te lo esperes! El ladrón no avisa. Hay que estar al acecho, siempre  en vela, para que nadie ni nada te robe el tesoro que llevas, la vida de gracia, Cristo, tu estilo de vida, las ganas de vivir, la vida interior, tu aspiración a la santidad, el celo de las almas, hacer la vida agradable y santa a los demás.

Todo es poco para estar prevenido. Más vale PREVENIR que…llorar y curar. Y el texto se refiere a la MUERTE. ¿Se acuerdan lo que nos decía Abelardo en Ejercicios? En los cementerios habría que poner el slogan: ¡Contamos contigo! Nada tan cierto como que nos va a llegar a todos y, a la vez, tan incierto como el lugar y la hora en que nos sorprenderá. Moraleja: Saca el billete cuanto antes no sea que pierdas el tren, el vuelo…

2. Habitar en la casa del Señor para gozar de la dulzura del Señor

Te invito a paladear el salmo 27, es tan bello. Acabo de visitar un santuario mariano bellísimo, tanto por su marco natural como por la paz maternal que se goza. Uno clama ¡qué bien se está aquí, en la Casa de María! Por eso, paladea el salmo:

Una cosa al Señor sólo le pido, la cosa que yo busco es habitar en la casa del Señor mientras dure mi vida, para gozar de la dulzura del Señor y cuidar de su santuario.

3. Sé quién eres: el Santo de Dios San Lucas 4,31-37

Del texto evangélico no quiero nada con el Diablo, a no ser su alabanza sobre Cristo. Quiero compartir contigo un texto bellísimo de R. Cantalamesa que a mí me ha hecho mucho bien y que tomo de un libro que lleva por título justamente esta expresión: EL SANTO DE DIOS.

Recuerdo aún cómo me ocurrió por primera vez el "descubrimiento" de la santidad de Cristo. Observando mis actos y mis pensamientos, veía con claridad cómo no había ni siquiera uno del que pudiera decirse que era totalmente puro y no contaminado de algún modo por mi "yo" de pecado. Esta  situación me impulsaba a buscar con el pensamiento alguna salida, como cuando san Pablo gritaba: "¿Quién me librará de este cuerpo mortal?" (Rom 7, 24). Fue entonces cuando descubrí a Jesús "sin pecado" y comprendí por primera vez la importancia desmesurada que tiene en la Biblia este inciso "absque peccato". Esta visión me infundía en el alma una gran paz y confianza, como el náufrago que ha encontrado algo a lo que agarrarse. El pecado -me repetía- no es, por tanto, omnipresente; y si no es omnipresente, ¡no es tampoco omnipotente! Ha habido -y aún lo hay- un punto en el universo donde ha comenzado su retirada imparable, que concluirá con su definitiva eliminación..."Por tanto, si el Hijo os libera, seréis de veras libres" (Jn 8, 34-36) Comprendí que Jesús no habla aquí de cualquier libertad o de la libertad en general, sino de la libertad del pecado: si el Hijo os libera del pecado, seréis de veras libres. Un día también nosotros estaremos libres del pecado, es decir, libres "de veras", con una libertad que ahora no podemos siquiera imaginar. Comentando el texto de 2 Cor 3, 17 ("Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad") san Agustín revela el secreto de la verdadera libertad: "Donde está el Espíritu del Señor -dice- ya no se está seducido por el placer de pecar, y esto es libertad; donde no está este Espíritu se está seducido por el placer de pecar, y esto es esclavitud"...Todo esto encierra la proclamación de Cristo hombre nuevo. Pero, más aún que a proclamar al mundo el hombre nuevo, nosotros -decía- estamos llamados a "revestirnos de él" y a vivirlo: "Debéis despojaros de vuestra vida pasada, del hombre viejo, corrompido por las concupiscencias engañosas, renovaos en vuestro espíritu y en vuestra mente y revestíos del hombre nuevo, creado según Dios, en justicia y santidad verdadera" (Ef. 4. 22-24)

R. Cantalamesa Jesucristo, el Santo de Dios Ediciones Paulinas Madrid 1990, pp.50-51

Que María, la In-maculada, la sin-pecado, la llena de gracia sea contigo y convierta tu vida en un Magníficat, hágase-estar.

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