Festividad del Santísimo Nombre de María
Hemos celebrado el domingo el cumpleaños de la Virgen y ahora, cuatro días después, celebramos su santo, su nombre. Y con él celebramos también el santo de la Milicia, porque es Milicia de Santa María. Alegrémonos, pues, con María, al comenzar nuestro rato de oración en este día.
El nombre de la Virgen, María, esconde un misterio lleno de gracias para toda la Iglesia. De hecho, esta festividad se instituyó en 1513, en Cuenca, con el objeto de que los fieles encomendasen a Dios, por intercesión de su Santa Madre, las necesidades de la Iglesia. De ahí se extendió a toda España y en 1683 el papa Inocencio XI la amplió a toda la Iglesia de Occidente.
Es llamativo en los momentos actuales e invita a la reflexión el saber que el papa lo hizo como acción de gracias por el levantamiento del sitio de Viena por parte de los turcos y su derrota frente a las tropas cristianas, encabezadas por el rey de Polonia. María salió al paso ante la llamada de sus hijos en un momento crucial de la historia de Europa. Ella también sale a nuestro encuentro y nos ampara en los momentos difíciles de nuestra vida
Por ello, no dudemos en encomendarnos a María, pronunciando su nombre, en todos los momentos importantes de nuestra vida, delicados, difíciles o alegres. Y empecemos haciéndolo en nuestra oración de hoy, saboreando el texto del evangelio de san Lucas, repitiéndolo despacio, dejando que resuene en nuestro interior:
“Y el nombre de la Virgen era María”
Hoy el evangelio que nos presenta la Iglesia en la eucaristía es especialmente exigente:
- “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian”.
- “Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?”
Es difícil, sólo cerca del Corazón de Cristo, compartiendo sus sentimientos, podremos hacerlo. Y el nombre de María es la llave para entrar en el Corazón de Cristo, para tener en nuestro corazón sus mismos sentimientos, los del Padre de los cielos.
Sentimientos que resume el evangelio de hoy: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados, perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará”.
Muchas veces queremos arreglar el mundo, pero no estamos dispuestos a mover un dedo: que el otro me pida perdón, que los demás tengan detalles conmigo, que esté a gusto entre mis amigos.
Cristo nos dice que ese no es el camino, que el cristiano, su discípulo, ha de dar el primer paso, sin esperar nada a cambio. Si nadie da el primer paso, el mundo, la Iglesia, mis amigos, la Milicia, mi familia, no mejoran.
Pidamos a María en este día, invocando su nombre, que seamos capaces de jugárnosla por Cristo, por los demás. Que no tengamos miedo, que confiemos en su poderosa intercesión ante su Hijo para salir libres de todas las batallas de la vida, como Europa quedo libre, en 1683, de la invasión musulmana a manos de los turcos.
Dice el evangelio de hoy: “Tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo”, “os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante”.
Es la Virgen colmándonos de sus gracias, porque ella, desde el cielo, nos mira y sonríe cuando pronunciamos su nombre en la oración, en los momentos difíciles del día, cuando tengo que vencerme a mí mismo, mi orgullo, mi pereza, mi vanidad, mi inconstancia. Nos da la gracias por invocarla muchas veces a lo largo del día, y nos anima a ser reflejo de ese amor sobreabundante de Dios, que derrama sus bendiciones sobre buenos y malos.
“Y el nombre de la Virgen era María”