Ofrecemos nuestras vidas al
Corazón de Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa María, nuestra
Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo hacemos
uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola continuamente sobre
los altares.
Celebramos hoy la Exaltación de
la Santa Cruz, la veneración de la Santa Cruz como trofeo de Pascua, camino de
la victoria de Cristo sobre la muerte. Lo que antiguamente era considerado el
mayor de los suplicios, el fracaso total ante una muerte escandalosa, reservada
para los criminales, por Cristo se convierte en señal de salvación. Si Cristo
es el camino, no cabe duda de que nuestra vida debe ser dirigida por el camino
de la cruz, pero qué camino tan angosto. Ya nos lo dijo el Señor, el camino que
lleva a la salvación es un camino estrecho, difícil. Incomprensible siempre, en
todos los tiempos, porque para el corazón que no está convertido, que vive
según las sugerencias de este mundo, la cruz se hace incomprensible, absurda.
Pero, por otro lado, la cruz es una realidad que no falta nunca en la vida de
cualquier hombre. Queramos o no queramos, la cruz sale continuamente a nuestro
encuentro en el camino de la vida. En ocasiones porque nosotros nos las
buscamos. Pero también, en otras ocasiones, aunque tratemos de esquivarlas,
finalmente nos saldrán al encuentro.
Todos tenemos experiencias de
cruz, de sufrimiento, nos rodea en nuestro día a día, nos afecta a nosotros o
peor aún, a aquellas personas que queremos. Recuerdo cuando era pequeño y me
tocaba semanalmente ponerme una inyección de benzetacil y, camino del
practicante, mientras iba lloriqueando (dolían mucho esas inyecciones) me decía
mi padre: ojalá me las pudiera poner yo por ti. Y es que es así, cuando uno ama
y ve sufrir al que quiere, desea unirse con él en su sufrimiento o por lo menos
compartirlo. Y ese es el amor a la cruz, el deseo de compartir el camino del
Señor, pobre con Cristo pobre, despreciado con Cristo humillado.
Pero la realidad es la que es,
el camino de la cruz no es un camino fácil. Sólo el amor suple el rechazo
natural al sufrimiento. Pero es Cristo el que va primero en este camino. Y por
eso mismo, este sufrimiento es señal de una esperanza de gloria, que también
nosotros, los que pasamos por este valle de lágrimas, gozaremos con El en la
vida sin fin. Las palabras de Cristo hoy en el evangelio son realmente
consoladoras. Esto es el verdadero amor de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que
entregó a su Hijo único. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar
al mundo sino para que el mundo se salve por él”. Este es realmente el
auténtico motivo de felicidad de nuestra vida. Cristo crucificado es la
salvación de nuestra vida. Gracias Padre por habernos amado tanto.