Estamos en plena cuaresma y poco a poco nos vamos preparando para la Pascua. El centro de nuestra fe es Jesucristo y el centro de su vida es su muerte y resurrección.
Las lecturas de hoy nos van preparando el corazón para entender el misterio Pascual de nuestro Señor Jesucristo.
“Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo.”
Hacemos nuestras las palabras de Jeremías. Sabemos que el Señor está con nosotros. Nuestra vida está expuesta a multitud de tentaciones que nos quieren apartar de Dios y de su Amor. Pero si confiamos en Él seremos como fuerte soldado y no podrán conmigo.
“En el peligro invoqué al Señor,
grité a mi Dios.
Desde su templo él escuchó mi voz,
y mi grito llegó a sus oídos.”
Nos acercamos al templo, muy cerquita del Sagrario, rodeados de las imágenes de María y de los Santos, que nos preceden en el seguimiento de Cristo. Allí invocamos al Señor y el escucha nuestra voz. Podemos sentir su presencia salvadora. Él siempre me escucha. Debo perseverar en mi oración.
“Jesús les replicó: «¿No está escrito en vuestra ley: "Yo os digo: Sois dioses"? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y no puede fallar la Escritura), a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros que blasfema porque dice que es hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre.”»
Si realmente creemos que Jesús es el Hijo de Dios y que habita en el Sagrario ¿por qué nuestra vida no se transforma? ¿Por qué a veces dudamos?
Creamos en Él y en sus obras. Hagamos las obras de Dios a nuestro alrededor. Seamos transparencia de Dios.
Vivamos como nos dice el Papa Francisco en la Exhortación Evangelii Gaudium en el número 270:
“270. A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo.”