NACER PARA ENTRAR
Celebrado ayer el domingo de la Divina
Misericordia y la canonización de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II, parece
que el Espíritu nos quiere adentrar en este camino de abandono en la
misericordia de Dios. Todo envuelto en el gozo y alegría de la Pascua, que nos
sigue acompañando hasta que culmine nuestra peregrinación por la tierra.
Un hecho histórico de tal envergadura en
la Iglesia marca necesariamente nuestra relación íntima con Dios.
Dos hombres llenos de Dios que han
marcado el rumbo de la Iglesia en los últimos tiempos. Nos ayudan a este nuevo
nacimiento que se da permanentemente en el cristianismo y en cada uno en
particular.
Pedimos la fuerza de lo alto para que
nuestra oración de este día no se centre en nosotros, sino en Dios, como
hicieron estos dos grandes Pontífices. Imploramos también la intercesión de
María para que, siendo todo suyos, podamos corresponder al amor misericordioso
de nuestro Dios.
En el Evangelio de este día se da este
diálogo tan profundo entre Jesús y Nicodemo, del que podemos sacar unos puntos
para meditar:
· Nicodemo fue a ver a Jesús. Primer paso
siempre necesario. Es salir de nosotros mismos para un encuentro.
· Fue de noche. No estaba del todo firme para hacerlo
a plena luz del día. La noche todavía formaba parte de su vida. Necesitaba una
luz que le quitara toda duda. ¿No tengo yo muchas oscuridades, noches, que
necesitan ser alumbradas?
· Reconocía que Jesús venía de Dios. Porque
nadie hace los signos que hace Jesús, o sea, los milagros si Dios no está con
él. Reconocer la acción de Dios es un camino de acercamiento.
· Jesús le invita a nacer de nuevo. Esta es la
llamada permanente que el Señor nos hace cada día y en cada momento. Tengo que
nacer de nuevo, renovarme, sanarme, purificarme, CONVERTIRME.
· Este nuevo renacer me acerca al Reino de Dios. Un Reino que se me da misericordiosamente, pero al que se accede por el
nuevo nacimiento, esto es, por la conversión.
· El nuevo nacimiento se da por el agua y el Espíritu. Es una acción de Dios. Experimentamos nuestra impotencia para este
cambio. Dios mismo la lleva a cabo. Y nos hace andar, mirar, pensar, amar…de
una manera distinta, con los criterios de Dios.
Pidamos al Señor en el coloquio final de la oración que nos ayude a este
nacimiento, fruto de la gracia.
Con María, mujer sencilla y dócil a la acción del Espíritu, podremos nacer
a la novedad permanente que es el Evangelio de Jesucristo.