22 abril 2014. Martes de la Octava de Pascua – Puntos de oración

Primera lectura: Pedro emplea su discurso para cuestionar y llamar a los presentes a un nuevo estilo de vida. El encuentro con el Resucitado es una definitiva experiencia de Dios. Por esto, las personas que aceptan a Jesús se bautizan en la nueva comunidad de creyentes y entran a formar parte del nuevo pueblo de Dios.

Los creyentes no se distinguen de los demás porque usen uniformes o porque asuman prácticas misteriosas. Los seguidores de Jesús se diferencian por el modo distinto de vivir: comparten todo en comunidad y son fieles a las enseñanzas del Maestro.

El Papa Juan Pablo II escribió sobre la conversión: «El auténtico conocimiento de Dios, Dios de la misericordia y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición estable, como estado de ánimo. Quienes llegan a conocer de este modo a Dios, quienes lo ven así, no pueden vivir sino convirtiéndose sin cesar a Él. Viven, pues, en un estado de conversión, es este estado el que traza la componente más profunda de la peregrinación de todo el hombre por la tierra en estado de viador» (Dives in misericordia 13).

Salmo 32: Dios es rico en misericordia para con todas sus creaturas. Creer en Dios y confiar en Él es el inicio del camino hacia nuestra plena santificación. Dios nos concede más de lo merecemos y deseamos, pues nuestras buenas obras no bastan, por muy importantes que sean, para lograr los bienes que Dios ha prometido a los que Él ama. Dejarse amar por Dios, abrirle nuestro corazón es aceptar que Él nos salve del pecado y de la muerte y nos conduzca hacia la posesión de los bienes eternos. Dios no nos engaña; Dios se ha revelado como nuestro Dios y Padre; Dios, en Cristo, se ha convertido para nosotros en el único camino de salvación para el hombre. ¿Lo aceptamos en nuestra vida? Pongamos en Él nuestra esperanza, pues Él no defrauda a los que en Él confían.

Evangelio: Cristo resucitado se conmueve ante el amor desinteresado y fiel de la Magdalena y la llama por su nombre. No puede seguir ocultándose y se le descubre. Y es que un amor así, a pesar de nuestras debilidades pasadas, conmueve a nuestro Señor hasta lo más profundo de su ser y se siente “desarmado”, no puede no corresponder a nuestro amor.

Jesús ha vencido al mal – incluso el que nosotros hemos cometido –, y nosotros hemos triunfado con Él. La Magdalena se postra ante Él, y Él la llena del gozo de su resurrección, como quiere llenarnos a nosotros en este rato de oración. Sólo basta perseverar en la prueba y pedir su gracia, buscar para encontrarlo.

Pero Cristo Resucitado nos muestra que Él no se deja ganar en generosidad. María Magdalena no pensaba encontrar más que un cadáver, y sin embargo, Cristo se le muestra con su cuerpo glorioso, vivo para siempre. Animados por esta confianza, debemos también acercarnos con una disposición de entrega a Jesucristo, para pedirle que nos ayude a vencer al hombre viejo, a vivir como hombres o mujeres nuevos...

María Magdalena sale a dar testimonio de la resurrección, pero su amor no le permite sólo rezar y dar ejemplo con su vida virtuosa para que los demás conozcan a Cristo. Ella siente la necesidad, esencial a nuestra vocación cristiana, de hacer algo, hablar, predicar, atender, ayudar, etc., todo lo que pueda, para dar a conocer el amor de Cristo al mundo.

Coloquio:

Señor Jesús, que con tu resurrección has destruido mi pecado y mi condena de muerte, ayúdame a buscarte en medio de las dificultades de cada día, para que hallándote te ame y amándote te siga y te anuncie a todos los hombres y mujeres con los que me encuentre hoy y siempre. Que el encuentro contigo en este rato de meditación me transforme, seque mis lágrimas y me dé fortaleza y arrojo para testimoniarte con alegría. ¡Señor, sé Tú mi compañero de camino hacia el Padre!

ORACIÓN FINAL:

Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a alcanzar los gozos eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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