Abundante es la Palabra de Dios en este domingo de la octava de Pascua.
¡Gracias, Señor, por tu palabra; gracias, Señor, por ser la Palabra!
Hoy, podemos hacer la oración en dos partes:
1ª parte
La delicadeza de la primera lectura, es
digna de ser meditada y contemplada. Nos serviría para deleitarnos
con lo que fue, y podría volver a ser hoy, una comunidad cristiana feliz.
Imaginaos: todo lo tenían en común, se reunían a
diario a celebrar la eucaristía y a comer juntos, estaban alegres,
alababan a Dios con alegría y de corazón… y la consecuencia era
evidente, el resto de la gente no cristiana estaba deseando pertenecer a ese
grupo, a diario se les unía gente. ¿Qué sería de nuestra Milicia, de nuestra
comunidad, si viviéramos de corazón de esta manera? Se uniría a nosotros un
montón de gente que acabaría descubriendo que la razón de nuestra unión y
alegría es Jesucristo.
La alabanza a Dios nos hace exclamar:
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran
misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha
hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible,
pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo. Esta es la razón de
nuestra unión y de nuestra alegría, que tenemos una herencia en el cielo ganada
por Cristo. Eso sí, de momento tocará pasarlo mal a veces; por otra parte, como
a todos los demás hombres. Pero así, aquilatados a fuego, seremos felices.
2ª parte
Una vez hemos pedido a Dios que nos
conceda una comunidad como la de los primeros cristianos, podemos pasar a
meditar el evangelio. ¡Ay, Tomás, Tomás! ¿Dónde estabas cuando el Señor se
apareció la primera vez a los apóstoles? ¡Qué peligro estar lejos de la
comunidad cuando es tan necesario estar todos juntos! En fin, gracias a eso
tenemos la magnífica declaración de Tomás sobre Jesucristo que tanta gente
repite en el momento de la comunión. ¡Señor mío y Dios mío!
Nos podemos quedar repitiendo esta breve
frase, llena de teología, durante un buen rato. Cristo es mi Señor y mi Dios, a
él sólo daré culto y él sólo orientará mi vida. A él sólo obedeceré y sólo
obraré según su ley para establecer su Reino.
Ese Tomás que no estaba donde debía… Ese
Tomás que abandonó a Cristo cuando le prendieron en el huerto de los olivos...
Ese Tomás, pecador, como yo… es santo. ¡Qué confianza nos tiene que dar esto!
Yo también puedo ser santo a pesar de mi historia de infidelidades a Dios.
¿Pero, qué salvo a Tomás? Su gran amor a Jesucristo. Después de las meteduras
de pata y los grandes pecados, Tomás, humildemente, metió su mano en las
heridas de los clavos de Jesús; es más, si san Juan reclinó su cabeza sobre el
pecho de Jesús, Tomás metió su mano dentro. Desde ese momento Tomás es uno con
Cristo, su vida ya es diferente, ya no tendrá más deseos que trabajar por su
Señor hasta morir por él. Y, como nos dice la tradición de la iglesia, tuvo la
suerte de dar su vida por Cristo.
Rato de oración, por tanto, para pedir
la conversión y la santificación a lo Tomás. Y, llenos de alegría, por la
resurrección de Cristo salir a la calle a manifestarlo.
Trabajo
final: Encuentra las 7 veces que en las lecturas de hoy aparece la palabra
alegría, gozo o derivados, y manifiesta visiblemente la alegría en el día de
hoy, al menos 7 veces.