Leeremos en el Salmo: Contempladlo y quedaréis radiantes.
El que es la luz verdadera, la luz que ilumina a todo hombre, llegó al mundo y tras resucitar muestra a toda la humanidad, de manera plena, visible, resplandeciente la Gloria del Padre.
Por eso en estos días de Pascua es momento de contemplar la Gloria del Padre y del Hijo, pidiéndoles que nos envíen al Espíritu, para que podamos participar plenamente de ella.
Si nos dejamos iluminar por ella desaparecerán las tinieblas, se iluminará toda nuestra vida, todos esos rincones que todavía están en penumbras, se verá la dirección del camino que parecía no llevaba a ningún sitio. Podemos dejarnos acompañar en esos momentos de decepción y desencanto en el camino por Cristo resucitado y dejarle que nos explique lo que no entendemos de nuestra vida.
Es el tiempo de Pascua, de dejarle pasar a nuestra vida. Sólo como dice el salmo, si gustamos y vemos la bondad del Señor en nuestra vida, si palpamos su Gloria en nuestras vidas, podemos gozar de su presencia y transmitirla por donde vayamos.
Por eso que gozada es la oración, descubrir la Gloria de Dios en nuestras vidas, a pesar de no dejarle tantas veces actuar. Es momento de resucitar con Cristo, de vencer las tinieblas que cubren la luz de Cristo, de gozarse e ilusionarse. Tenía que haber sucedido así.
Podemos también recorrer los diversos encuentros que acontecen con Cristo en el Evangelio y aplicarlos a nuestras vidas. Revivirlos en nosotros.
El encuentro con Pedro tras las negaciones el día en que es erigido Papa. Con que cariño le confortaría, le miraría a los ojos y le haría recuperar el amor olvidado. Cómo así lo hace con nosotros tras tantas negaciones. La oración el momento de ilusionarse con decirle sí.
Con María Magdalena. No es momento de llorar. En nuestra vida como se nos mete la desilusión, la amargura y el dolor. Y lloramos con razón. Es momento de remontar las amarguras, las penas, de ilusionarse. De salir al encuentro de nuestros hermanos y comunicarles que Cristo está vivo. Es la mejor medicina para salir de nosotros mismos, aunque tengamos que pasar por incomprensiones y sufrimientos como se narra en el evangelio de hoy. Él no nos deja.
En estos momentos de miedos, de ansiedades, de cobardías rememorar la aparición a los discípulos en el Cenáculo. Cristo les muestra las llagas, pero les da la paz. Les abre a la confianza. Nos recuerda que sabe cómo somos y lo que le hemos hecho, pero nos quiere y quiere contar con nosotros. Qué alegría saber que me acepta y que me incorpora a su resurrección, a la vida eterna con Él.