Las lecturas de hoy nos ofrecen un cierto contraste que quiere ayudarnos a entrar con esperanza en la Semana Santa. Pongámonos en la presencia de Dios y pidamos luz al Espíritu Santo para profundizar en este sábado, pórtico de la gran Semana, en la actitud de fondo que ha de tener en estos días nuestro corazón.
Como siempre, Jesús en el centro. Él es el que, como dice la primera lectura, nos recoge, nos congrega, nos lleva a la comunión entre nosotros, se convierte en nuestro rey y Señor, y no deja que nos dividamos ni nos contaminemos. Él, siempre él, no nosotros.
Dejarnos llevar por este Señor, como los israelitas que acudieron a la Pascua y el sábado se preguntaban, pero el domingo de Ramos le siguieron, le alabaron, pusieron los mantos a sus pies. Él es el Señor, él quiere hacer en mí la obra buena. No nosotros, es él. Dejarle hacer, abrir nuestro corazón. Tenemos tantas cosas entre manos. Ponerlas todas en las suyas. Dejarnos aconsejar por él. Escucharle en el silencio, en la plegaría, en la Santa Misa sobre todo, pero también en el rosario a nuestra Madre rezado con tranquilidad, por ejemplo.
El salmo quiere suscitar en nosotros los mismos sentimientos que la primera lectura, pero dando un paso más. Una llamada a la alegría que suscita la confianza en el Señor.
Confianza necesaria para ver la mano de Dios en los acontecimientos de la Pasión del Señor, comenzando por la condena a muerte que emite Caifás en el relato de hoy: es necesario que uno muera por el pueblo.
Es Cristo el que muere, pero voluntariamente, dando su vida. Él, que permanece oculto esperando su hora, la va a dar con plena libertad, asumiendo sobre sí el pecado de todos.
Esperemos nosotros la Pasión del Señor este año como los discípulos, pasando el tiempo con él, dedicándole más tiempo de oración estos días de vacaciones, para estar con él.
¡Qué consuelo tan grande para Jesús!, sobre todo cuando tantos cristianos hacen estos días “sus planes” de vacaciones, y algún hueco quizás dejen para Jesús. Un verdadero discípulo primero piensa en dedicar al Señor y a los más necesitados el tiempo suficiente, pues lo demás vendrá por añadidura. Que con ese criterio revisemos nuestras actividades de esta santa semana. ¿La vamos a dedicar suficientemente a estar con Jesús, a acompañarlo, directamente o a través de otros que nos necesiten, en nuestra familia, en la Milicia, en los grupos de jóvenes o familias en los que estamos?
Santa Madre de la Esperanza, que con ese nombre llevarás estos días por las calles de nuestras ciudades lágrimas en los ojos y dolor en el corazón por tu Hijo y por todos tus hijos, dame una confianza audaz en el amor de este Señor que por mí va a su pasión y muerte.
Amén.