Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola continuamente sobre los altares.
Tras comenzar la Semana Santa con la fiesta del Domingo de Ramos, celebramos hoy el Lunes Santo. En las lecturas de este día, a través del libro de Isaías se nos presenta, con los cantos o poemas del Siervo de Yahvé, al Mesías. No quieres sacrificios ni ofrendas, sin embargo me has dado un cuerpo. Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad. Sí, esa hora tan deseada y anunciada por Jesús, ha llegado. Para eso vino, para cumplir la voluntad del Padre. Pero Cristo es el Siervo humilde, presente en el susurro de la suave brisa que lleva su Espíritu, no en el torbellino devastador que pasa y lo arrasa todo. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante, no la apagará. ¿Soy yo también el siervo humilde, que sabe reconocerse como el menor, el último entre mis hermanos? Hay que pedirle al Señor que nos ayude a descubrir esa mansedumbre, esa humillación (realidad) de sabernos reconocer como los hermanos menores, los servidores.
La oración del Salmo es un canto de confianza en medio de la prueba. Cristo va a ser probado hasta el extremo, hasta el abajamiento total, a disposición total de satanás. Hay un escritor espiritual que comenta que, cuando satanás se le presentó a Jesús en el desierto fue para tentarle. Ahora no, en esta prueba final, se presentó para luchar. Aquí satanás va a por todas. El todo o nada. Acompañar a Cristo que, en medio del desamparo total, se abandona en los brazos del Padre. “El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
En la lectura del Evangelio, Jesús descansa en casa de sus amigos en Betania. Marta unge con sus cabellos los pies del Señor, adelantando con este gesto la unción del cuerpo de Cristo tras su muerte. Y la casa se llenó de perfume, el perfume del amor. Ese gesto de “derroche” de enjugarle los pies con los propios cabellos es propio de un amor sin medida. María había recibido la Salvación de Jesús y su vida ya era sólo Cristo. Nuevamente pedirle al Señor que nos alcance ese amor apasionado, concretado en el amor a los demás.