“No quiero la muerte del malvado – dice el señor -, sino que se convierta y viva”. Texto que se recita antes de proclamar el Evangelio de hoy.
Inicio este día mi rato de oración con la oración preparatoria de San Ignacio: “pedir a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad”. Esta es, a mejor manera de ponernos en nuestro sitio como criaturas que nos abandonamos en las manos de Dios Padre creador.
Y ahora vamos a leer muy despacio el texto del Evangelio que hoy nos propone la liturgia. Si puedes en otro rato lee detenidamente la primera lectura. En ella leemos, que el Señor salva a los justos. Salva a Susana y condena a los ancianos…”pervirtieron su corazón y desviaron los ojos, para no mirar a Dios ni acordarse de sus justas leyes”.
Pues el Señor salva a los justos y también a los pecadores.
“Jesús se ha pasado la noche en oración en el monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, (debía de hacerlo con frecuencia), y todo el pueblo acudía a Él, y, sentándose, les enseñaba”.
Este era el momento elegido por los escribas y fariseos para para “comprometerlo y poder acusarlo” ante todo el pueblo.
“Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?
Jesús podía haber preguntado: ¿Y dónde está el adúltero?
No hizo falta, porque algunos de ellos también eran adúlteros, seguramente. “Y Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo”. Como insistían en preguntarle, se incorporó y dijo (seguramente con autoridad): “El que esté sin pecado, tire la primera piedra”. “E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos” ¿Recordarían algunos de ellos el episodio del libro de Daniel, leído en la primera lectura?
Métete en la escena y quédate a solas con la pecadora y con Jesús. Escucha de cerca lo que dice Jesús: Jesús de nuevo se incorporó y preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado? Ella contestó. “Ninguno Señor”.
Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”… No olvides que el adulterio es pecado. Pero tu persona está por encima de todo pecado. Porque te he creado para la salvación. Y la razón fundamental de perdonarte, es porque te amo. Como Padre no puedo dejar de amarte.