El evangelio de hoy nos pone delante el conocido pasaje de la sal y la luz, dos imágenes que evocan cómo ha de ser nuestra vida en medio del mundo. Pidamos luz al Espíritu Santo –a Él, que es luz de los corazones y luz dichosísima, como reza el Himno al Espíritu Santo– para que nos ilumine y nos haga alumbrar a los hombres, y pidámosle también fuerza y amor para transmitir el buen sabor del Evangelio. Para nuestra oración de hoy podemos fijarnos en ambas imágenes. Nos ayudaremos para ello de algunas reflexiones del P. Morales y del papa Francisco.
1. “Vosotros sois la sal de la tierra”. La sal da buen sabor a los alimentos y los preserva de la corrupción. Es sencilla, poco vistosa (no tiene brillo), y para ejercer su función ha de disolverse, con lo que deja de advertirse. Es una imagen de nuestra vida como cristianos en el mundo. Afirma el P. Morales: “para condimentar, tiene que unirse a los alimentos, pero conservando todo su poder revulsivo, su sabor acre”, y extrae esta aplicación: “¡Perspectiva ilusionante! Salvar el mundo sin salir de él, desde dentro. Lo que no puede ni debe hacer el sacerdote o religioso, pero sí el laico”. Estamos llamados a ser “sal de la tierra que sin ser vista, da sabor cristiano a nuestro mundo: trabajo, profesión, familia, enseñanza, cultura, industria, economía, política...”
Recuerdo una escena que vi en Picos de Europa: había un rebaño muy disperso por las laderas de un valle angosto, la canal de Asotín. Subiendo venía un hombre. En cuanto le vieron, las ovejas se arracimaron en torno a él. Era el pastor. Les traía sal. ¡Cómo atrae la sal! ¡Más que los silbidos!
¿Cómo ser sal en el mundo? Nos enseña el papa Francisco: “con una vida santa daremos «sabor» a los distintos ambientes y los defenderemos de la corrupción, como lo hace la sal”. Si nos quejamos hoy de que haya tanta corrupción, soledad y tristeza en nuestros ambientes... ¿no será que no les hemos dado la sal de nuestra vida santa, transparencia de Cristo?
2. “Si la sal se vuelve sosa... ¿con qué la salarán? ¿Para qué sirve?” Comenta el papa: “si nosotros, los cristianos, perdemos el sabor y apagamos nuestra presencia de sal y de luz, perdemos la eficacia”. Se vuelve sosa la sal que se guarda para sí misma en el anaquel, la que rehúsa a mezclarse con los alimentos, o la que se avergüenza de su sabor acre y lo enmascara confundiéndose con sabores más de moda. ¿Qué pasa cuando se añade azúcar por error, en lugar de sal, a la ensalada o al huevo frito? Aquello no sabe lo mismo... y no hay quien lo coma.
3. “Vosotros sois la luz del mundo”. Pensemos en una noche cerrada: por más que abrimos los ojos no captamos lo que nos rodea, no encontramos el camino, todo es negrura. ¡Qué diferencia cuando alborea la luz! Y es que “la luz lo penetra e ilumina todo (...) lo llena todo de claridad y alegría” (P. Morales).
¿Cómo actúa la luz? Explica de nuevo el P. Morales: “La transformación de la noche en día, por radical y revolucionaria que sea, la hace la luz con una naturalidad y sencillez encantadoras. Sin ruidos ni estridencias, sin cortes bruscos que desconciertan, sin oscilaciones rápidas que perturban, con paciencia incansable, con exquisita suavidad”. Y extrae esta aplicación: “el bautizado-luz actúa así irradiando a Cristo con plácida serenidad, derrochando delicadeza. Sin agitaciones estériles, sin activismo infecundo. Ilumina con tacto y tenacidad, sin perder la calma, sin prisas que matan el amor”.
4. “Alumbre vuestra luz, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre”. Exclama el papa: “¡Qué hermosa misión la de dar luz al mundo! Es también muy bello conservar la luz que recibimos de Jesús, custodiarla, conservarla. El cristiano debería ser una persona luminosa, que lleva luz, que siempre da luz. Una luz que no es suya, sino que es el regalo de Dios”. Esa luz que, como afirma el salmo responsorial, es la luz del mismo Dios: “haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro”.
Oración final. Santa María de la luz, llena de aceite nuestras lámparas, alcánzanos el Espíritu Santo, para que brille sobre nosotros la luz del rostro del Señor, de modo que brille así nuestra luz a los hombres, caminando como hijos de la Luz. Enséñanos, como tú camino de la montaña, a olvidarnos de nosotros mismos, y a darnos como la sal a los demás.